El ajedrez es un juego de reflexión. Según el clérigo Jacques Benigne Bossuet (1627- 1704), “la reflexión es el ojo del alma”. En su época, el filósofo Platón distinguió en el alma una parte sensitiva, “sede” del deseo; otra parte irascible, “sede” del valor; y otra parte inteligible, “sede” de la razón. El ajedrez ocupa las tres. Otros pensadores, como Ortega y Gasset, Jasper o Scheler, han distinguido entre vida, alma y espíritu. Mientras el alma la conciben como “sede” de los actos emotivos, el espíritu lo entienden como “sede” de los actos racionales mediante los cuales se formulan juicios objetivos. Ambos enriquecen el mundo de vida interior.

Por eso tuvo razón el maestro Luciano Cámara, quien en su libro El arte del ajedrez señaló: “A través de una bella obra ajedrecística se expande todo un mundo de vida interior… Por abstracción, en el ajedrez se escarba esa parte oculta y complicada que es el alma humana. Ella busca una salida para hacerse entender y la encuentra en el tablero. El ajedrez es su expositor admirable”.

Javier Vargas
Javier Vargas
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