El ajedrez es un juego de razonamientos, es decir, de utilizar la razón para inferir todos los argumentos, maniobras y combinaciones en función de encontrar resultados. El reto, por tanto, consiste en concebir series de juicios enlazados entre sí para superar a un rival que claramente pretende lo mismo. La búsqueda de la mejor jugada obliga a imaginar infinidad de variantes y subvariantes para elegir la más fuerte, eficaz y sutil para así lograr el triunfo. Como vivencia, el razonar integra una estructura cuyas partes están unidas por un gran propósito. En su tiempo, el pensador Juan Luis Vives (1492- 1540) decía: “Todo cuanto hemos entendido, reflexionado y comparado está dispuesto a servir a la razón”. Sin embargo, en ajedrez como en la vida misma, lo importante no sólo es la habilidad para razonar, también cuenta la capacidad para crear, concebir nuevas ideas y poder aplicarlas con ingenio, audacia, y precisión. Por eso tenía razón el poeta escocés W. Drummond (1585- 1649) cuando dijo: “Aquel que no quiere razonar es un fanático; quien no puede es un tonto; y quien no se atreve es un esclavo”.

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