El ajedrez crea hábitos que influyen en la vida de quienes lo practican. Según el filósofo John Dewey (1859-1952), “el hábito es una especie de actividad influida por la actividad precedente y que en tal sentido es adquirida, y contiene dentro de sí un determinado orden”. Ante el tablero se adquieren buenos o malos hábitos, los que se alinean con buenos o malos resultados. El conferencista estadounidense John Maxwell ha señalado: “Si sus hábitos no se alinean con sus sueños, entonces necesita cambiar sus hábitos o cambiar sus sueños”.
Entre los hábitos que adquieren los niños y jóvenes ajedrecistas destacan: dominio de los impulsos, acatamiento a las reglas, respeto al adversario, tomar las derrotas y las victorias con caballerosidad, actuar con audacia y prudencia según las circunstancias, ser objetivo, creativo, disciplinado, perseverante, etc. Por eso el filósofo Aristóteles (384- a. C. 322 a.C.) aseguraba: “Adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos no tiene poca importancia: tiene importancia absoluta”.