Hace unos días, The New York Times mostró una histórica y desafiante portada. Sin fotografías, y bajo el título: “Cerca de 100 mil muertes en EU: una pérdida incalculable”, el diario publicó un largo listado con obituarios de las personas que han perdido la vida a causa del Covid-19.

Se enlistaron frases de cientos de esquelas publicadas en diversos medios y lugares del país y que el equipo del Times reunió para darle un rostro a la impactante cifra. Ahí están obituarios como “el hombre que creaba sonrisas perfectas”, el que “compartió despensas con sus vecinos”, “la mujer conocida por su pollo griego y pimientos rellenos”, “la primera mujer negra en graduarse de Derecho, en Harvard”, “el bromista de la familia”.

Este trabajo periodístico ha llamado la atención internacional por su interés en darle un rostro a esas casi 100 mil personas que han fallecido. La “pérdida incalculable” es una figura retórica que utiliza el diario, pues más allá de la cifra conocida, lo que vuelve incalculable esta pérdida es lo que significa cada una de esas personas para sus seres queridos.

¿Cómo encontrar consuelo ante esta pérdida incalculable? ¿Cómo asimilar y vivir un duelo doblemente doloroso por circunstancias tan imprevistas? ¿Cómo resolver los cuestionamientos que hacemos a políticos, médicos, científicos, cuando nos ufanábamos por grandes avances, y que ahora son derrotados por un virus?

Hoy en día, difícilmente habrá sobre el planeta alguien que no se haya visto afectado por la pandemia, y seguramente, en los últimos dos meses, hemos tenido en la cercanía algún enfermo o fallecido.

Estamos acostumbrados a subrayar las diferencias: ahí descubrimos lo propio y distintivo, ahí afirmamos nuestra originalidad, pero corre en las venas de toda la humanidad una identidad que nos vincula con lo trascendente.

En estos días, muchas personas hemos recordado el valor de un tema a veces olvidado: la importancia de la oración.

El poder de la oración surge desde lo profundo del corazón. No es un pliego petitorio que ponemos ante Dios para que nos despache, y obtengamos satisfacción. La oración es un momento para volver a nuestra más sencilla identidad y poder descubrir que en su presencia todo lo que somos encuentra consuelo, descanso y orden.

Los expertos en esta materia argumentan que la mejor oración está llena de gratitud. Y aunque es lógico que hasta a Dios enviemos nuestra molestia y reclamo, finalmente hemos de pronunciar un profundo ¡Gracias!, pues todo lo que nos ha sucedido sin duda encuentra su cauce nuevamente en Él.

Así como en los obituarios agradecemos la vida a partir de un recuerdo, en la oración, la gratitud se vuelca primero a Dios, y después hacia quienes nos han precedido y nos acompañaron, en la brevedad de la vida humana, pues nadie ha nacido sin un antes generacional ni se irá de aquí sin haber dejado al menos un leve trazo de su existencia.

La oración entonces es un encuentro con Dios y constatación de la vinculación humana que, aunque por raza o credo nos vamos distanciando, en el fondo cada uno posee una humanidad que nos ata como increíbles pasajeros de este planeta.

Este artículo es una invitación que comparto con usted, amable lector, para hacer oración por aquellos que han fallecido en esta dura etapa, para que su vida perdure, y por aquellos que están enfermos hoy, para que encuentren consuelo, y para dar gracias por aquellos que nos han acompañado en este viaje.

Director de Comunicación de la Arquidiócesis
Primada de México.
javier@ arquidiocesismexico.org

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