En los próximos días, algunas de las 98 diócesis del país comenzarán la reapertura gradual de sus parroquias para la realización de celebraciones litúrgicas con presencia de fieles.

Con este hecho que, en una primera etapa contempla únicamente aquellas regiones con la menor cantidad de contagios por Covid-19, la Iglesia se enfrenta a varios desafíos, de los cuales destacan particularmente tres, que buscan garantizar la salud de los fieles y ministros con sus colaboradores inmediatos, así como un mejor desempeño de sus tareas y responsabilidades administrativas.

El primer desafío es la necesidad de establecer protocolos claros y eficientes en materia de prevención para garantizar la salud de los fieles y de los propios sacerdotes y sus trabajadores. Al respecto, la Conferencia del Episcopado Mexicano ha dictado una serie de orientaciones litúrgicas y sanitarias, entre ellas reducir la cantidad de fieles en las celebraciones a menos de un 30% de la capacidad del templo en una primera etapa, restringir el acceso a personas de grupos vulnerables, realizar una sanitización regular entre cada celebración y mantener las transmisiones por internet y televisión abierta para evitar las aglomeraciones afuera de las parroquias.

El segundo es atender y acompañar las necesidades espirituales y emocionales de las personas que han sido afectadas por la pandemia, desde el estrés causado por el encierro, hasta la ansiedad y desesperación de aquellos que hoy se han quedado sin trabajo o la tristeza de quienes han perdido a algún ser querido o tienen un paciente en estado grave.

Las necesidades espirituales y emocionales no son cosa menor; responder adecuadamente a ellas fortalece los valores humanos, algo indispensable ante una ruptura del tejido social como la que atravesamos, y que se ve reflejada en los índices de criminalidad, violencia intrafamiliar y corrupción.

El tercer desafío tiene que ver con la administración en general y la economía en particular: el sostenimiento de inmuebles religiosos y el servicio pastoral que se da a los fieles van de la mano.

Y la Iglesia necesita encontrar caminos más expeditos en relación con la autoridad civil —recordemos que los templos son propiedad de la nación— y modos más eficaces para motivar la participación de los feligreses.

Si bien la Iglesia sigue administrando y sostiene en buena parte esos inmuebles, no puede dejarse sólo a la cooperación —siempre de buena voluntad— de los fieles su sostenimiento y a tenor de estipendios por celebraciones o ritos. Urge en ese sentido mejorar la participación multilateral.

Estos tres desafíos nuevos se suman a una serie de retos que ya enfrentaba, como la atención a los más vulnerables, a víctimas de la violencia, el acompañamiento de las comunidades migrantes, el alejamiento de los jóvenes de la propia Iglesia, la lucha contra los abusos sexuales al interior de las estructuras eclesiales, y la urgencia de buenas vocaciones sacerdotales.

El Papa Francisco ha llamado a todos —y no solo a los que conforman la Iglesia— a una nueva imaginación de lo posible, a responder a los males sociales con justicia, caridad y solidaridad. La pandemia representa un desafío histórico, y ante ello, no solo miremos la gradualidad del retorno, sino los destinos más altos en términos de responsabilidad y cooperación adecuada. Estado, Iglesia y sociedad en su conjunto, podemos responder mucho mejor de lo que imaginamos.

​​​​​​Director de Comunicación de
la Arquidiócesis Primada de México.
javier@ arquidiocesismexico.org

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