A dos años de la pandemia de Covid-19, que nos obligó a permanecer en casa por varios meses, la reactivación de las comunidades es una prioridad no solo de la Iglesia, sino de la sociedad en general. Y la reactivación de las comunidades parroquiales es una prioridad de la Arquidiócesis de México.
Desde finales del año pasado, la Visita Pastoral se presentó como una oportunidad de que los fieles pudieran acercarse y, en muchos casos, conocer en persona a su obispo. La primera fase de la Visita Pastoral nos regaló imágenes e historias llenas de fe: los obispos conviviendo con vendedores de un mercado, o jóvenes expresando sus dudas —y encontrando respuestas— sobre la situación mundial, por mencionar algunos.
Este año, con la reanudación de esta Visita y en el marco del tiempo de Cuaresma y el mes de la familia, la Arquidiócesis de México busca revitalizar la fe de sus fieles. Pero, ¿qué significa esto?
Revitalizar la fe no significa simplemente movilizar a la gente de sus casas a los templos. Significa mover los corazones de los fieles para vivir un tiempo cuaresmal en verdadera conversión y caridad.
Contrario a lo que se pueda pensar, la Cuaresma no es un tiempo de sufrimiento: es un tiempo de renovación. La Cuaresma nos prepara para la fiesta más grande del cristianismo, y es en esta etapa donde tenemos la oportunidad de profundizar en lo que nos hace amar nuestra fe: el creer en Dios, pero también el sentido de comunidad.
Llevamos casi dos años apartados de nuestra comunidad parroquial, quizá muchos nos acostumbramos a la Misa por internet, pero en el fondo sabemos que la experiencia virtual nunca podrá reemplazar a la presencial.
Esta semana, el Arzobispo de México, el Cardenal Carlos Aguiar planteaba en un Facebook Live la siguiente pregunta: ¿De esta pandemia salgo mejor persona, mejor comunidad y mejor Iglesia? Algunos epidemiólogos expertos vislumbran el fin de la pandemia como la conocemos en un futuro próximo. Sin embargo, aunque termine esta pandemia, la vida como la conocemos nunca será la misma, para bien o para mal.
Revitalizar nuestra fe implica entonces crecer individualmente —a través de la oración y la caridad—, pero también crecer como Iglesia, hacia una Iglesia cercana, solidaria y actual que dé respuestas a los desafíos más grandes de nuestro tiempo.