En pocos días, nuevos gobernantes tomarán posesión de sus cargos públicos, entre ellos, la primera Presidenta de México. Quienes somos creyentes oraremos por ellos, seamos sus simpatizantes o no.

La oración por quienes nos gobiernan no se basa en afinidades políticas ni en preferencias personales, sino en una conciencia más profunda de lo que significa el liderazgo político: una responsabilidad sagrada de guiar, proteger y velar por el bienestar de todos los ciudadanos, especialmente los más vulnerables.

Como asegura el Papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti, quienes se dedican a la política tienen en sus manos una de las tareas más importantes para la sociedad: estar al servicio del pueblo y velar por el bien común de los ciudadanos.

Esta labor no es fácil, y exige una gran dosis de sabiduría, justicia y fortaleza. Por ello, orar por los gobernantes es esencial; no para influir en sus decisiones desde un interés particular, sino para pedir que sus corazones y mentes estén abiertos a actuar con rectitud y amor al prójimo. Todos los mexicanos queremos que le vaya bien a México, independientemente de nuestras posturas políticas. Y, por eso, la Iglesia no solo va a orar por México como país, sino también por quienes tienen en sus manos las decisiones que afectan a toda la nación.

Muchas veces se cuestiona el sentido de la oración. Es común escuchar voces que dicen que México no necesita oraciones, o quienes piensan que la oración es un gesto vacío, limitado a buenos deseos o a un acto privado que no trasciende al mundo real. Sin embargo, para los creyentes, la oración es mucho más que palabras o deseos. Es una conexión directa con Dios, y a través de ella, podemos implorar su gracia y pedir su guía no solo para nuestras vidas personales, sino también para las decisiones cruciales que moldean el rumbo de nuestras sociedades.

La oración es el arma más poderosa. Con la oración, no solo pedimos por soluciones concretas a problemas visibles, sino que también intercedemos por el cambio profundo de corazones y actitudes. El mundo no puede cambiar verdaderamente si los corazones humanos no se transforman primero, y es a través de la oración que se puede suscitar esa conversión interior que lleva a actuar con justicia, caridad y solidaridad. En este sentido, orar por los gobernantes es pedir no solo por su éxito en términos administrativos, sino por su capacidad de servir con integridad, compasión y un profundo sentido del deber hacia todos los ciudadanos.

La política, tal como la concibe la Iglesia, es una forma elevada de caridad, porque implica dedicar la propia vida al servicio de los demás, asumiendo la gran responsabilidad de garantizar la paz, la justicia y el bien común. Cuando oramos por nuestros líderes, pedimos que estén a la altura de ese ideal, que sus decisiones estén guiadas por la verdad y el bien, y que nunca caigan en la tentación de usar su poder para beneficio propio o para dividir a la sociedad.

La oración por los gobernantes no solo beneficia a ellos, sino a toda la comunidad. Al orar, cultivamos una actitud de esperanza, de confianza en que el bien es posible, y nos comprometemos a ser partícipes de ese bien en nuestra vida cotidiana, actuando con amor, justicia y verdad en nuestras relaciones y acciones. Así, la oración no es una renuncia a la acción, sino el impulso que nos mueve a construir una sociedad más justa y humana.

Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México

Contacto: @jlabastida

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