La mayoría de los historiadores asegura que el origen de los chiles en nogada se encuentra en el Monasterio de Santa Mónica, de las Hermanas Agustinas, en Puebla.
Aunque hay muchas versiones, la tradición cuenta que el 28 de agosto de 1821, cuatro días después de vencer al Ejército Trigarante, Agustín de Iturbide llegó a Puebla, donde las monjas agustinas lo recibieron con un platillo muy especial con motivo de su santo.
Desde entonces, este platillo de las monjas, que tienen como santo patrono a san Agustín, sirve para el deleite de muchos mexicanos, que lo esperan cada año durante los meses de agosto y septiembre.
Y así como ocurre con los chiles en nogada, ocurre con más guisos. No se puede entender la gastronomía mexicana sin la influencia de las órdenes religiosas.
En las cocinas de los conventos se mezclaron ingredientes prehispánicos con técnicas europeas e influencias árabes y africanas, que dieron vida, por ejemplo, al mole poblano, el flan de vainilla y los buñuelos, entre muchos platillos más.
Pero este texto no es para hablar exclusivamente de comida, sino de quienes están detrás de esos platillos, mujeres que, en muchos casos, son grandes cocineras, pero que también sirven a miles de personas olvidadas, abandonadas y vulnerables.
Las órdenes religiosas, también llamada “vida consagrada”, son congregaciones conformadas por hombres y mujeres que han tenido un encuentro personal y permanente con Dios. Cada orden tiene un carisma, que marca su estilo de vida y su labor de todos los días.
Así, por ejemplo, están las Siervas de María, una congregación que recientemente cumplió 125 años, y que está integrada por monjas que duermen durante el día para ir de noche a asistir a los enfermos, cuyos familiares no pueden hacerlo.
También están las Siervas del Santísimo y de la Caridad, que tienen un albergue con más de 40 niños con daños cerebrales severos, a los que no han dejado de servir, incluso durante estos 18 meses de pandemia.
Otro caso es el de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, que atienden a cerca de 100 adultos mayores en una casa en la alcaldía de Tlalpan, a quienes buscan darles una vida digna. Muchos de ellos fueron rescatados del abandono.
Un ejemplo más de la diversidad de carismas en la vida consagrada son las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, que fundaron el Centro Madre Antonia en el barrio de La Merced en la Ciudad de México, donde atienden a mujeres en situación de prostitución o que han sido víctima de trata de personas.
Cientos de congregaciones laboran día a día en nuestro país, bajo el silencio, en oración, entregando su vida al servicio a los demás, y lo hacen casi en el misterio, como si no desearan que nadie lo notara, en entrega total a su vocación y a su compromiso con Dios.
Querido lector, espero que después de leer este texto vaya y disfrute de un delicioso chile en nogada junto a sus seres queridos, pero también que apoye la obra que usted elija, en la que participan las diversas comunidades religiosas de nuestro país. Son una lámpara encendida entre la oscuridad que viven miles de personas en la marginación.
Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México.
Contacto: @jlabastida