El presidente Andrés Manuel López Obrador envió una carta al Papa Francisco en la que insiste en que la Iglesia Católica ofrezca una disculpa pública a los pueblos originarios por los abusos durante la Conquista.
Han sido varias ocasiones en que la Iglesia católica se ha pronunciado al respecto, sin embargo, de manera formal lo ha hecho en tres ocasiones en los últimos 30 años:
Juan Pablo II (1992):
En República Dominicana reconoció “con toda verdad los abusos cometidos debido a la falta de amor de aquellas personas que no supieron ver en los indígenas a hermanos e hijos del mismo Padre Dios”, y pidió que “perdonen a quienes los han ofendido, que perdonen a todos aquellos que durante estos quinientos años han sido causa de dolor y sufrimiento”.
Benedicto XVI (2007):
Tras su viaje a Brasil, el Papa reconoció que “no es posible olvidar los sufrimientos y las injusticias que infligieron los colonizadores a las poblaciones indígenas, a menudo pisoteadas en sus derechos humanos fundamentales”.
Francisco (2015):
En Bolivia dijo: “Se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios. Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”.
Es extraña la insistencia del presidente por obtener una disculpa, y más cuando ésta se ha dado en repetidas ocasiones. Quizá sería más benéfico fortalecer los trabajos en busca de un auténtico reconocimiento de los pueblos originarios, a través del diálogo.
En su encíclica publicada el pasado 4 de octubre, llamada Fratelli Tutti (Hermanos todos), el Papa Francisco habla sobre la urgencia de construir puentes ante una evidente fragmentación social, y en ella —coincidentemente— abunda sobre el significado del perdón.
El Papa afirma que la clave del perdón está en no hacerlo para alimentar una ira que enferma el alma personal o por una necesidad enfermiza de destruir al otro. “La verdad es que ninguna familia, ningún grupo de vecinos o una etnia, menos un país, tiene futuro si el motor que los une, convoca y tapa las diferencias es la venganza y el odio”.
Hoy, podemos asegurar que la Iglesia se ha disculpado por los abusos cometidos hace cientos de años contra los pueblos originarios, sin embargo es una realidad que estos pueblos, en México, siguen oprimidos y carecen de apoyo institucional.
La verdadera reconciliación —nos dice el Papa— solo se logra a través del diálogo y de la negociación transparente, sincera y paciente, y en ese sentido la Iglesia de México ha hecho constantes llamados a los gobernantes, a políticos, líderes de opinión, y a la sociedad en general al auténtico diálogo, a la no polarización social y a la no descalificación. Esperamos que esta solicitud se escuche, pues solo así encontraremos caminos de unidad.
Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México
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