En junio de 2019, Norelia Hernández sufrió la desaparición y asesinato de su hijo Norberto Ronquillo, un caso ampliamente difundido. Apenas habían pasado unas horas de que las autoridades de la Ciudad de México dieron a conocer el hecho, y Norelia decidió acudir a la Basílica de Guadalupe.
“Vengo a dar gracias. Somos una familia de mucha fe. Cuando recibo la noticia, lógico que fue muy impactante, y lo primero que hice fue agarrarme de la Virgencita. Le dije: ‘no me sueltes’. Y todo este proceso ha estado conmigo”, me dijo en una entrevista para la publicación Desde la fe.
“Le pedí que estuviera con él, que le permitiera no tener miedo, que él supiera que iba a estar bien, pasara lo que pasara. Que si ellos tomaban la decisión de liberarlo iba a estar bien, pero si no, también. Mi fe me hace creer que él está ahorita en un mejor lugar”, dijo.
La historia de Norelia es una entre las más de 25 millones de personas que, hasta antes de la pandemia, acostumbraban acudir a la Basílica a lo largo del año. Historias que retratan el rostro de la fe, personas con motivos distintos, de orígenes diversos, pero que en La Villa de Guadalupe encuentran un punto de unión.
De acuerdo con datos del gobierno de la Ciudad de México, sólo entre los días 9 y 12 pasados acudieron más de 10 millones de personas, el mayor número de asistentes en la historia del santuario.
Entre esos 10 millones está la familia Hernández Sánchez, que desde hace 23 años llega cantando para agradecer el complicado nacimiento de su hijo Juan; o Jennifer García, quien acude en silla de ruedas para agradecer a la Virgen que su insuficiencia renal no ha empeorado.
También está Felipe, que hace unos años empezó repartiendo 200 tortas entre los peregrinos, y actualmente tiene listos 2 mil tamales antes del 12 de diciembre. Lo mismo que la familia Salgado Domínguez, que desde 2008 ofrece comida a los devotos guadalupanos.
No es fácil decirle a estos millones de “historias” que esta vez no acudan a la Basílica de Guadalupe, pues la pandemia, que ha dejado casi 100 mil muertos en México, obliga a las autoridades civiles y eclesiales a suspender una tradición que para muchos representa el momento más importante del año.
Sin embargo, es necesario hacerlo. Es prioritario generar conciencia para evitar aglomeraciones, sin que ello signifique cancelar o suspender las manifestaciones de fe.
Desde hace unos días, la Basílica de Guadalupe comenzó una estrategia para desincentivar la visita de los peregrinos, pero también para que éstos tengan otras formas de hacerse presentes desde su casa, en sus colonias, en sus barrios.
La fe y la oración han sido dos inseparables compañeros para miles de enfermos durante los últimos meses, así como para familiares y amigos que hemos perdido algún ser querido a causa del Covid-19. Esa misma fe nos debe motivar hoy a mantenernos unidos y poner de nuestra parte para que pronto superemos este desafío, aunque eso signifique no estar presencialmente este año en el santuario de la Virgen de Guadalupe.
Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México.
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