Hace unos días, como parte de mi trabajo, tuve la oportunidad de reunirme con algunos integrantes de la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas, que se acercaron para pedir acompañamiento y espacios de escucha en la Iglesia.En el encuentro, varias veces mencionaron la necesidad de que exista sensibilidad en torno a estas realidades que no sólo le duelen a los familiares de los desaparecidos. También son realidades que duelen a la sociedad.María Herrera Magdaleno, madre de cuatro hijos desaparecidos, aseguraba que, después de 12 años buscando a sus hijos, se había dado cuenta que incluso a las personas les costaba trabajo acercarse con una víctima de la violencia. “A veces no saben ni cómo saludarnos o qué decirnos, cuando lo único que tienen que hacer es abrazarnos”.Y es que a veces pareciera que damos la espalda a algunas de las realidades de nuestra sociedad, por temor, por miedo, por rechazo o porque pensamos que al ignorarlas no existen. Pero todo cambia cuando esas realidades nos alcanzan.Gracias a la insistencia de las madres buscadoras, a su denuncia constante, el tema se ha puesto sobre la mesa de análisis en los últimos meses, un tema nada menor, tomando en cuenta que, de acuerdo al Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), en promedio desaparece una persona cada hora.

Aunque en este momento, el caso más sonado mediáticamente sea el de los cinco jóvenes de Lagos de Moreno, es importante saber que entre 2022 y 2023 se reportaron más de 10 mil desapariciones; es decir, 27 por día.

He ahí la importancia de ponerle rostro a esas cifras, de escuchar sus historias, conocerlas y así sensibilizarnos de la situación, y es que, acercarnos a estas realidades, también nos acercan a nosotros mismos, para encontrar al ser humano que ha desaparecido en cada uno de nosotros.Un ser humano que termina de perderse cuando, además de no ser sensible al dolor de estas familias, en ocasiones toma el camino del prejuicio, del opinar: “algo han de haber hecho”, “quizá se juntaban con personas que no debían”.La sociedad le debe mucho a las familias que buscan a sus desaparecidos. Son suyos, pero también son nuestros desaparecidos. No tengamos miedo a decirlo. No tengamos miedo de mostrarnos frágiles y de abrazarnos en nuestras debilidades, pues esos abrazos pueden significar más de lo que creemos.El acercamiento al otro, la escucha de su dolor y un abrazo para reconfortarle puede cambiarlo todo.

Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México

Contacto: @jlabastida

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