Se acercan las celebraciones de Día de Muertos, celebraciones que albergan muchas de las costumbres más arraigadas en la cultura mexicana. Las fiestas en torno al 1 y 2 de noviembre, de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, mezclan fe, cultura y tradición, pero sobre todo, demuestran el profundo vínculo que tenemos los mexicanos con nuestros seres queridos y cómo ese vínculo se expande más allá de la muerte.
Este 2021 será el segundo año que viviremos estas fechas en medio de la pandemia de covid-19, una pandemia que ha dejado más de 280,000 muertos en el país. A estas alturas, difícilmente conocemos a una persona que no haya perdido un ser querido a causa de este virus.
Y la tristeza de perder a un ser querido de esta forma proviene, en gran parte, de la incapacidad de despedirnos. El protocolo para prevenir contagios de Covid-19 limitó velorios, sepelios y actos piadosos para pedir por el eterno descanso de quienes perdieron la batalla contra el virus.
Por ello, a casi dos años de que iniciara esta pandemia, tenemos la importante tarea de recordar a los que se fueron, de llorar su muerte, pero sobre todo, de celebrar su vida y, para quienes somos creyentes, de recordar que el vínculo que nos une no se rompe cuando termina nuestro paso por este mundo, pues nos espera la vida eterna.
Este año, la Catedral Metropolitana de México ha dedicado su tradicional Altar de Muertos a todas las personas que han fallecido a causa de la pandemia de Covid-19. Los altares u ofrendas de muertos son una tradición prehispánica que muchos católicos adoptamos como forma de rendir homenaje a quienes fallecieron, darle gracias a Dios por todo el bien que hicieron en esta Tierra y orar por ellos.
Aprovechemos estas fechas para celebrar la vida: de los que ya no están, sí, pero también de los que siguen aquí, siempre con la esperanza de que los lazos que nos unen son eternos.
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