El Miércoles de Ceniza es esa fecha en la que podemos distinguir quién es católico con solo una mirada: basta con observar quién lleva un signo de ceniza en le frente. Y es que, de acuerdo con la tradición, la ceniza debía ser vista por la comunidad, pues era una señal de que, quien la portaba, se sabía pecador y asumía el compromiso a cambiar.

En algunas iglesias se acostumbra a no colocar una cruz de ceniza, sino una pequeña mancha sobre la cabeza, que suele quedar “escondida” por el pelo. Esto fue más evidente durante la pandemia de Covid-19, pues la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos del Vaticano recomendó cambiar la fórmula para preservar la sana distancia, de modo que el sacerdote dejaba caer la ceniza sobre la cabeza del fiel, sin tocar su frente.

A muchos fieles les desagradó esta modificación, pues argumentaban que, sin la ceniza en un lugar visible, quedaba poca “evidencia” de haberla recibido.

Sin embargo, es importante entender ¿para qué sirve el Miércoles de Ceniza?, o ¿de qué me sirve? Recibir la ceniza es manifestar que nos arrepentimos de haber ofendido a Dios y establecemos un compromiso de hacer penitencia y cambiar.

La verdad, asumir nuestras ofensas y errores es un poco menos difícil cuando nos sentimos acompañados y respaldados por la comunidad. Por eso, las parroquias todavía se llenan el primer día de la Cuaresma: porque la fe nos sigue dando un gran sentido de comunidad y pertenencia.

Y aunque la Cuaresma, de acuerdo con la tradición católica, es un periodo de oración y penitencia, además de algunos días de ayuno y abstinencia, es también un tiempo para sumarnos a obras de caridad, a mirar al prójimo y salvaguardar su bienestar.

Las obras de caridad pueden ser corporales, como dar de comer al hambriento y beber al sediento, dar vestido a quien le hace falta, o visitar algún enfermo. Y también pueden ser espirituales, como enseñar al que no sabe, dar un buen consejo a quien lo necesita, perdonar las agresiones, consolar a quien se siente solo o triste, y hacer oración por los difuntos.

En tiempos en los que el tejido social está roto, en tiempos de violencia e inseguridad, en tiempos de guerra, de una sociedad contaminada de egoísmo y de vicios sociales, hacer una pausa para autoevaluarnos y admitir nuestros errores parece más necesaria que muchas cosas más.

La Cuaresma puede ser un periodo de transformación interior y personal, y tres años de pandemia nos han enseñado que nadie se salva solo. Por eso muchos aún nos formamos para tomar ceniza: porque el compromiso personal e íntimo de cambiar es más fácil de sobrellevar cuando nos sentimos acompañados.

Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México
Contacto: @jlabastida

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