Morgan Oviedo es una madre soltera con cinco hijos que dejó atrás su hogar en busca de tener una vida digna que le permita contar con lo suficiente para comer y darle estudio a sus niños.

Es venezolana, tiene 34 años, y actualmente se encuentra de paso en la Ciudad de México, en la Casa del Migrante Arcángel Rafael, un albergue impulsado por la Iglesia Católica donde convive con cerca de 300 migrantes que, como ella, se han exiliado de su país en busca de oportunidades.

Camina con dolor en las piernas, pero también con el pesar de haber dejado a uno de sus hijos y al resto de su familia. En sus pies acumula más de 4 mil kilómetros, en los que ha visto a sus hijas desmayarse por hambre y cruzar por los terrenos más hostiles, como la Selva del Darién, en Panamá, una barrera natural entre Centro y Sudamérica, que por sus condiciones se ha cobrado la vida de al menos 30 personas, nueve de ellos niños.

Morgan es una de las más de siete millones de personas que han dejado Venezuela en los últimos años a casua de la extrema pobreza por la que atraviesa ese país, siete millones de historias, en las que existe una buena carga de dolor, rechazo, tristeza y muerte. A nadie le gusta cambiar su casa por una mochila y un pasaje a la incertidumbre.

De acuerdo con la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), “la mayoría de las personas refugiadas y migrantes de Venezuela que llegan a países vecinos son familias con hijos, mujeres embarazadas, personas mayores y personas con discapacidad”.

Hay crisis que deben mostrar nuestra altura como humanidad y esta es una de ellas. Es triste analizar cómo este tema, que involucra a millones de personas y que nos debería hermanar, causa desinterés entre la población, y hasta rechazo en buena medida. ¿Qué estamos haciendo por nuestros hermanos migrantes?

José Alfonso Márquez tiene 27 años, es venezolano y quiere llegar a Estados Unidos. “Por favor, no se cansen de apoyarnos”, dice después de pasar meses caminando con una sola motivación: ayudar a su familia para tener qué comer.

En el camino se ha hecho popular y se ha sostenido gracias a su oficio de barbero, que aprovechan los migrantes que le acompañan en el camino. Al igual que Morgan, en estos días se encuentra en la Casa del Migrante Arcángel Rafael.

La Iglesia Católica de la Ciudad de México ha dispuesto siete casas, en las que se podrían recibir a unas 1,000 personas, sin embargo, estos albergues ya se encuentran a tope, y aún existen muchos migrantes en tránsito.

El Papa Francisco nos ha dicho: “Estamos llamados a reconocer en el rostro de los migrantes el rostro de Cristo, hambriento, sediento, desnudo, enfermo, forastero y encarcelado. Si lo reconocemos, seremos nosotros quienes le agradeceremos el haberlo conocido, amado y servido”.

Tendamos una mano a mi hermano, tu hermano. Un gesto por pequeño que sea, puede significar el cambio en una vida. La ayuda es necesaria.

Desde la Arquidiócesis de México, a través de Cáritas, se ha abierto un espacio para recibir donaciones en especie: agua potable, artículos de aseo personal, pañales, toallas húmedas, papel sanitario, así como granos, azúcar, atún, aceite, leche en polvo y cereal y compota de frutas para niños.

Los interesados pueden donar en el Centro de Acopio: Av. San Juan de Aragón 1107, colonia Pueblo San Juan de Aragón, alcaldía de Gustavo A. Madero, en horario de 9:30 a 15:30 horas. Esta es una forma de ayudar, pero en las distintas comunidades del país seguro habrá formas seguras de apoyar para que la mochila de nuestros hermanos migrantes no vaya vacía.

Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México

Contacto: @jlabastida

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