La pandemia del Covid-19 nos ha obligado a ser parte de un juego en equipo, en el que las decisiones de uno repercutirán en beneficio o en perjuicio del otro.

En este juego no debería haber espacio para la individualidad, y quien así lo crea, puede terminar por afectar seriamente a otra persona, al grado, incluso, de ocasionarle la muerte, como es el caso de aquellos que no se saben infectados, y al salir de casa sin necesidad, sin medidas de prevención, entran en espacios de convivencia, llevando el virus a lugares limpios o, peor aún, contagiando a alguien en situación de riesgo.

Estamos ligados no sólo por la tempestad, en forma de crisis sanitaria y económica, sino también por nuestras acciones y decisiones. Es un juego en el que el mejor camino para salir bien librados es aprender a trabajar en equipo.

Y en ese sentido deben ir las decisiones sociales y económicas del gobierno, de las empresas, ciudadanos y, por supuesto, de quienes conformamos la Iglesia.

Desde el encierro, aunque no lo parezca, existen oportunidades para ayudar, pero, nuevamente, sólo sabremos verlas si pensamos en las otras personas que están más allá de nuestra vista. Ahí es donde podremos encontrar iniciativas que le den sentido a este periodo de aislamiento físico, y que además nos revelarán que sólo juntos saldremos adelante.

Como ejemplo están las familias que fabrican cubrebocas o protectores con acetatos, y los regalan a quienes no tienen; los laboratorios que ocupan sus impresoras 3D para insumos hospitalarios, o jóvenes que asisten a adultos mayores para hacerles las compras.

En las últimas semanas, también la Iglesia ha buscado canales para mostrar cercanía con sus fieles a través de transmisiones digitales o de televisión abierta que, en algunos casos, han alcanzado audiencias de hasta dos millones de personas, particularmente en Semana Santa.

A partir de estos canales se transmiten Misas diarias, Rosarios, reflexiones y algunas iniciativas de oración por aquellos que hoy más lo necesitan: fallecidos por el Covid-19, enfermos, médicos, enfermeras, personal de salud y de limpieza

Sin embargo, algunas de las labores socio-caritativas de la Iglesia necesitan de la presencia física y de la colaboración de otros.

Tal es el caso de los comedores para personas en situación de calle ubicados en parroquias del Centro de la Ciudad de México, las Casas Hogar para niños, atendidas por religiosas, y las redes solidarias entre parroquias para apoyar a personas necesitadas.

También es el caso de la nueva campaña Cadena Solidaria de Alimentos y Medicinas, conocida como Dona Despensas o #DonaDespensas, organizada por la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), a través de Cáritas, y organismos del sector empresarial, para ayudar a las familias más afectadas por la pandemia.

La Cadena Solidaria de Alimentos y Medicinas inició este 12 de abril y su funcionamiento es muy sencillo. Cualquier persona puede donar 200 pesos, equivalentes a una despensa, o solicitar el paquete de alimentos y medicinas al número 01 800 CARITAS (2274827) o en la página de internet www.donadespensas.mx. Cáritas Mexicana es encargada de canalizar los donativos para entregar las despensas de alimentos y medicinas, y también recibe solicitudes de quienes requieren la ayuda.

Las semanas más difíciles están por venir, y la capacidad de resiliencia de nuestra sociedad depende totalmente de estar unidos y de trabajar en equipo. Todos podemos participar en una cadena solidaria, impulsando el respeto por las normas sanitarias, contribuyendo con pequeños apoyos económicos para quienes más lo necesitan, o usando nuestra creatividad para solucionar los problemas que ha traído el aislamiento.

Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada
de México. javier@arquidiocesismexico.org

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