Una imagen se repite todos los días frente a la parroquia de San Miguel Arcángel, en el barrio de Mooca, en São Paulo, Brasil: el padre Júlio Lancellotti camina empujando un carrito de supermercado lleno de comida y cubrebocas.
El carrito se mueve con dificultad por el desgaste de las llantas, pero lo suficiente como para recorrer un par de cuadras hasta el "Centro São Martinho". Allí, unas 500 personas sin hogar esperan al sacerdote que les lleva el desayuno; para muchos de ellos, su única comida del día.
El padre Júlio es actualmente el coordinador de la Pastoral de la Calle de la Arquidiócesis de São Paulo, Brasil. Desde muy pequeño, supo que quería dedicar su vida a los más necesitados, y su vocación ha repercutido en la vida de miles de personas.
Apenas esta semana, el Papa Francisco llamó por teléfono al padre Júlio para felicitarlo por su labor. “Convive con los pobres como Jesús”, le dijo el Pontífice, para animarlo a continuar su trabajo.
Como el padre Júlio, miles de personas, quizá millones, tejen diariamente cadenas de amor al prójimo. ¿Por qué cadenas? Porque una acción solidaria que tengamos, por muy pequeña que sea, tiene repercursiones hacia un mundo mejor y más justo.
En la Ciudad de México, un sacerdote realiza una labor muy similar a la del padre Júlio. El padre Benito Torres ha creado 10 comedores comunitarios en los últimos meses para alimentar a personas en situación de calle. Además, su parroquia, ubicada en el corazón del barrio de la Merced, enseña oficios a quienes deseen conseguir un trabajo y salir de la calle.
Un ejemplo de ello es Basilio, un joven que, después de meses de acudir al comedor comunitario, comenzó a trabajar apoyando con el mantenimiento de la parroquia del padre Benito y la plaza de La Soledad, aledaña a la parroquia. “Gracias a la Iglesia que me ha tendido la mano. Me da mucho gusto servir, porque a mí me han servido”, contó Basilio.
Del otro lado del Océano Pacífico, en Manila, Filipinas, el sacerdote francés Matthieu Dauchez dedica su vida a apoyar a miles de niños que crecieron en los asentamientos ubicados alrededor del vertedero conocido como Smokey Mountain.
El sacerdote fundó la organización ANAK-Tnk, que además de comida, atención médica básica y educación, les brinda acompañamiento espiritual para recordarles su dignidad como hijos de Dios, pues, en palabras del sacerdote “la mayoría de esos niños se sentían desesperanzados”.
En el sitio web de la asociación, el padre Dauchez asegura que el momento que más le llena de alegría es cuando los niños que fueron apoyados por la fundación regresan orgullosos, como adultos, a presentar a sus familias y ayudar a las nuevas generaciones de ANAK-Tnk.
Todos nosotros, desde nuestro entorno y con nuestros recursos, podemos construir cadenas de amor, tenderle la mano a quienes lo necesitan para que ellos, a su vez, puedan ayudar a su prójimo. Una acción solidaria que para nosotros se antoja insignificante, puede transformar una vida. ¿Qué pasaría si esto lo multiplicáramos por los millones de personas que somos?
Contacto: @jlabastida