A principios del año pasado, en uno de los periodos más críticos de la pandemia, una fotografía se hizo viral: un enfermero que abrazaba a un paciente covid con síndrome de Down, mientras le suministraba oxígeno.
Raimundo Nogueira Matos, del Centro de Apoyo Geriátrico de Brasil, contó que Émerson Júnior estaba desesperado porque no podía respirar. El enfermero, sin dudarlo, dejó de lado el miedo a contraer la enfermedad y lo abrazó. Gracias a ese abrazo, fue posible colocarle a Émerson la máscara de oxígeno que salvó su vida. “Sé el riesgo que puedo correr. Pero como es un paciente especial, necesitaba mucho cariño”, relató Raimundo.
El 21 de enero se celebra el “Día Internacional del Abrazo”. No es una fiesta oficial: a decir verdad, se popularizó gracias a la agenda de una empresa estadounidense. No obstante, toda fecha que celebre el amor debería de estar marcada en nuestro calendario, más ahora que la cercanía de nuestros seres queridos ha sido el motor que nos ayuda a sobrellevar esta crisis sanitaria.
Con la pandemia se volvió cotidiana la llamada “sana distancia”: mantenerse a metro y medio de los otros, y evitar el contacto con otras personas. Abrazar se volvió menos frecuente. Incluso, en algunas campañas, abrazarse fue mostrado como algo peligroso. La palabra “abrazarse” se volvió un oxímoron casi simbólico: cercanía a la distancia, acompañamiento desde lejos.
A lo largo de la pandemia, la Iglesia Católica ha utilizado el verbo abrazar en un gran número de iniciativas. El Papa Francisco llamó a los fieles a “abrazar” a los adultos mayores en el confinamiento, y no necesariamente con el abrazo físico, sino con el acompañamiento y la oración constante. Los Obispos de México, en su mensaje “Abrazar a nuestro pueblo en su dolor” reflexionaron en torno al difícil periodo que vivimos y las distintas formas en las que podemos actuar, pero siempre desde la unidad y la fraternidad.
En un bello artículo titulado “Elogio del abrazo”, publicado en Desde la fe, el padre Juan Jesús Priego, vocero de la Arquidiócesis de San Luis Potosí, lamentaba que el contacto físico fuera disuadido en tiempos de pandemia. “El tiempo de los abrazos ya pasó, quizá ya haya pasado para siempre. Tal vez nunca más volvamos a abrazarnos, a menos, claro está, que para nosotros el amor valga más que la vida”.
Recordé la última vez que vi a mi padre en mayo de 2020. Ese día, por temor a no contagiarnos, decidí despedirlo con sana distancia. Un mes después enfermó de Covid y un mes después falleció en un hospital, sin que pudiera verlo.
Tal vez no pude abrazarlo físicamente por última vez, pero sus palabras y su testimonio me abrazan todos los días y hoy comparto contigo, querido lector, un abrazo fraternal, en tiempos difíciles.
Casi dos años de pandemia nos han demostrado que un abrazo, una demostración de cariño, es precisamente lo que le da valor a la vida. Y, muchas veces, como en el caso de Émerson, la salva.
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