El diccionario de la Real Academia Española define como “indolente”: 1. Que no se afecta o conmueve; 2. Flojo (o perezoso); 3. Insensible, que no siente el dolor. Ese es el presidente: un incompetente e indolente. Veamos: no le duele el dolor ajeno, el dolor evitable. Ya perdió toda capacidad de asombro, empatía, indignación y misericordia. Se dice el más humanista mandatario de la historia y sus muestras de desapego y ausencia son cada vez más frecuentes. Asegura que no acude al lugar de las tragedias porque no es dado a aparecer en fotografías. Afirma que no le dará gusto a la “prensa amarillista” y prefiere voltear hacia otro lado. Cuando se le espeta que hay 90 mil muertos en su administración, por homicidios dolosos, él nos dice que es herencia del pasado y que seguirá con su política de “abrazos y no balazos”. Frente a los feminicidios, que causan la muerte de 11 mujeres al día en nuestro país, se queja de que es un movimiento que nació con su gobierno, nomás por joder. Con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), hay, al menos, medio millón de muertes por la pandemia del Covid-19, muchísimas de las cuales pudieron haberse evitado, a no ser por la negligencia criminal de los señores López: Andrés y Gatell. Ante el reclamo de padres con hijos que padecen cáncer y carecen de quimioterapias, él se escuda en que está combatiendo la corrupción y que esto es un ardid para desprestigiarlo. Si quiebran por la crisis económica más de un millón de micro, pequeñas y medianas empresas, nos receta la clásica de que, en su gobierno, “no habrá más Fobaproas”. Si se pierden empleos formales y, los que se recuperan, son, en su mayoría, en la informalidad, piensa que algo es algo. Cuando aparecen las cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), que dan cuenta del crecimiento de tres millones 800 mil pobres más, y que, por vez primera, desde el 2013, la pobreza extrema se incrementa por encima de la moderada, a pesar de regalar dinero a manos llenas a su clientela, el señor dice tener otros datos. Quienes buscan a sus seres queridos, encuentran las puertas cerradas de Palacio Nacional. Fustiga a quienes son aspiracionistas, clasemedieros y que tienen todo el derecho de superarse y no depender de las dádivas del gobierno. Para el indolente presidente, la muerte de cientos de miles de personas es un daño colateral, propio de cualquier transformación, tal como ocurrió en el movimiento de independencia, la reforma, la revolución y, ahora, en su “cuarta transformación”. Bien advirtió, al iniciar su mandato, que no eran iguales a nosotros. En efecto. Son infinitamente peores.

Abogado

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