Ahora resulta que al Presidente López Obrador le brotó el “Pancho Pantera” que lleva dentro. De un día para otro pasó de ser un tapete para Donald Trump a convertirse en un férreo defensor de la soberanía nacional. Dos años se la pasó el tabasqueño consecuentándole todo a su homólogo estadounidense, bajo la máxima de “Bora respeta”. A contentillo, echó mano de los principios de política exterior plasmados en nuestra Constitución para no contradecir a quien, en campaña, amenazaba con contestar tuit por tuit. Su falsa convicción de la “no intervención” dejó pasar cualquier cantidad de oportunidades de hacer valer una posición seria, institucional, nacionalista y multilateral frente a los Estados Unidos. El único viaje internacional que ha realizado este acomplejado presidente fue, precisamente, para echarle porras, en la Casa Blanca, a su “amigou”. La apuesta resultó fallida. Ahora, tras la derrota de Trump, López Obrador ha emprendido una serie de acciones inexplicables, bajo la lógica diplomática, pero entendibles, bajo su perversidad política. Me explico. No quiso felicitar al Presidente Biden hasta que no fuera oficial el resultado; mandó aprobar al Congreso una reforma a la Ley de Seguridad Nacional para limitar la participación de agentes del vecino país en tareas de coordinación para combatir al crimen organizado; lanzó una iniciativa para que Banco de México reciba el dinero sucio como vulgar lavandería; no condenó los violentos hechos en el Capitolio; ofreció asilo político a un transgresor de la ley que la justicia estadounidense persigue, como lo es Julian Assange; hizo público el expediente clasificado por la DEA, del General Cienfuegos y, encima, desestimó las quejas de nuestros vecinos por el arbitrario cambio de reglas en materia energética. La pregunta que surge es: ¿por qué este repentino viraje? Pues porque el Presidente necesita encontrar una nueva cruzada que involucre a todos los mexicanos. Y qué mejor que hacerse la víctima frente a los “malditos yanquis imperialistas” que pretenden abusar de su poderío para someternos; extraer nuestras rentas; llevarse nuestro petróleo; explotar a nuestros migrantes, y aprovecharse del T-MEC para hostigarnos en materia laboral, ambiental y demás. A falta de resultados en su gestión, y gastado su discurso respecto del pasado, tener enfrente a un enemigo común puede ser una herramienta útil en tiempos electorales. El costo de esta tensión y pésima relación bilateral lo resentirá el país. Pero ya sabemos que eso no le interesa al mesías de Macuspana. Lo suyo es el poder. Y sólo le importan las elecciones de junio.

Abogado

Google News

TEMAS RELACIONADOS