El próximo lunes se cumple el primer año del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Hay datos y motivos para afirmar que estamos ante un auténtico fracaso. En efecto, los resultados, en todos los órdenes, muestran un retroceso. Justo ayer se dio a conocer, por parte del Inegi, que la economía entró en recesión técnica mientras que las cifras oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, indican que, durante 2019, se han cometido en el país, a diario, 108 homicidios dolosos, haciendo de este año el más violento de que se tenga registro. Es decir, en los rubros que más preocupan a la población, economía y seguridad pública, este gobierno está reprobado. Es la dura y cruda realidad por más que el inquilino de palacio se empeñe en repetir, en su homilía mañanera, que las cosas van bien y que la gente está feliz, feliz, feliz. Y ante el estancamiento económico, ahora nos sale López Obrador con que lo importante no es crecer sino distribuir, como si las cosas se dieran por generación espontánea. Más aún, todavía se da el tiempo de escribir (o mandar escribir) una vacilada intitulada Hacia una Economía Moral que, como bien nos describe en estas mismas páginas, Carlos Urzúa, otrora secretario de Hacienda de López Obrador, se trata de un manifiesto político que “de economía no tiene casi nada”.

Por otro lado, su “estrategia” de abrazos y no balazos es una invitación a delinquir y una humillación a las Fuerzas Armadas. El brutal fracaso del operativo de Culiacán, en el que el Estado mexicano quedó exhibido ante la reacción del cártel del pacífico y la liberación obligada de Ovidio Guzmán, es muestra palpable de la ineptitud con la que se planean y ejecutan las cosas en el seno del gabinete de seguridad, encabezado por un improvisado, como lo es Alfonso Durazo.

Y es de destacar, asimismo, la mentira como parte del adoctrinamiento del régimen: el desabasto de combustibles de principios de año no se debió a una falsa épica contra el “huachicoleo” sino a una pésima planeación en su importación y refinación; es falso que hayan acabado con el robo de hidrocarburos; es falso que no haya endeudamiento pues, tan solo en 2019 —dicho por el propio Urzúa— habremos contraído deuda por alrededor de 500 mil millones de pesos; no es cierto que “se acabaron la corrupción y el bandidaje oficial”, como afirmó el presidente, pues tres de cada cuatro contratos de obras, adquisiciones y servicios públicos se otorgan vía adjudicación directa, ignorando los procedimientos de licitación.

Mención especial merece el inmisericorde ataque a los órganos autónomos, señaladamente, la amenaza de muerte al INE y la captura de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos mediante un procedimiento totalmente viciado, comenzando por la descarada línea recta que envió el presidente en una de sus mañaneras, siguiendo porque Rosario Piedra era consejera nacional de Morena (contrario a lo que dispone la ley de la CNDH), y terminando porque no se reunió la mayoría calificada en el Senado, para su elección. Un nauseabundo fraude.

Con razón dice López Obrador que “gobernar no tiene mucha ciencia”. Pues no. A su estilo, no la tiene. Y los resultados están a la vista.


Abogado

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