La estrategia es clara: a falta de resultados en el presente; sin un futuro prometedor a la vista y con una caída en la popularidad tanto del presidente López Obrador como de su partido político, el del 21 será un proceso electoral que versará sobre el pasado. En efecto. Lejos de ser un ejercicio en el que, con el voto, se califique el desempeño de la autodenominada “cuarta transformación”, intentarán ganar mediante la descalificación de los partidos de oposición, señaladamente, de Acción Nacional.

De ahí se explica que, ante el incesante y creciente número de contagios y muertes por la pandemia del Covid-19 y el terrible, negligente e indolente manejo que le han dado los señores López (Obrador y Gatell); el desastre económico provocado no solo por dicha pandemia sino por las pésimas decisiones y señales tomadas y enviadas desde Palacio Nacional; frente a la pérdida de millones de empleos y el aumento de familias en situación de pobreza; ante el cierre de cientos de miles de micro, pequeñas y medianas empresas; en medio de un brutal número de homicidios dolosos y feminicidios, el presidente de la república echa mano de burdos distractores para cambiar la conversación e inducir la crítica hacia los gobiernos anteriores.

La extradición de Emilio Lozoya no es para hacer justicia. Se trata de una descarada negociación que le dará a él y su familia libertad y tranquilidad, a cambio de que, con pruebas o sin ellas, señale a supuestos o presuntos responsables de actos de corrupción durante el sexenio pasado. No pisará la cárcel pero el show mediático promete horas y horas de entretenimiento y juicios sumarios desde el púlpito de las mañaneras. De paso, aprovechará para seguir descalificando la reforma energética como un modelo neoliberal y abusivo. La rifa del avión presidencial que, en realidad, será un sorteo más de lotería, pero sin avión, pretende mostrar lujos y excesos de administraciones anteriores. La compra consolidada de medicamentos en el exterior —y sin licitación— sirve para criticar supuestas prácticas monopólicas, también del pasado.

Así, lejos de que el 2021 sea un sufragio plebiscitario sobre la gestión de López Obrador y su pandilla, todo el aparato de Estado alineará sus baterías para regresar a la crítica de gobiernos anteriores; seguirá con su cantaleta del combate a la corrupción —sin usar cubreboca— y dirá que la transformación va en marcha, con base en sus datos y su falsa realidad.

Más les vale a los partidos de oposición prepararse para esta tramposa contienda. Si la narrativa oficial tiene éxito, la destrucción de México será inevitable. Que conste.

Abogado

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