Para Carlos Alazraki

Comenzó esta semana como concluyó la anterior. El presidente López Obrador denuncio que hay “mano negra” de los conservadores que buscan echarle en contra a las iglesias. Luego, arremetió con los ministros de culto religioso al decir que “es muy fácil criticar desde el púlpito”. Y fue más allá al afirmar: “No, que nadie se confunda. Si me piden que yo exprese cuál es mi dirigente social más admirado, al que respeto más por su entrega a favor de los desposeídos, es Jesús Cristo. Y por eso los poderosos de su época lo seguían, lo espiaban, lo llamaban alborotador, agitador del pueblo y lo crucificaron”. Sencillito el señor, comparándose con Cristo. Tras la deplorable ejecución de dos obispos jesuitas en Chihuahua, la desaparición de más de 100 mil personas; 125 mil homicidios dolosos; once feminicidios diarios, entre otras calamidades, los curas levantaron la voz, y lo hicieron, por cierto, en tono respetuoso y comedido. No solo no cede. Ante el clamor de cambiar de estrategia (si acaso existe), el presidente responde con una bobada y un falso dilema: “No se puede enfrentar la violencia con la violencia. La paz es fruto de la justicia”. Confunde la llamada “Ley del Talión” con la aplicación estricta de la ley, y el uso justificado de la fuerza pública –como monopolio de Estado- de la manera proporcional, temporal y racional que marcan los protocolos. No fija posición, pontifica. No dicta políticas públicas, predica. No toma decisiones, deja hacer y pasar las cosas. La impunidad como el principal aditivo de la inseguridad. Tras los miserables y ruines señalamientos hacia Carlos Alazraki, lo que provocó una justificada reacción de la comunidad judía, el mandatario reviró diciendo que nadie tiene “patente de corso para dañar a la 4T”. Es decir, la crítica a su gobierno no se inscribe en la libertad de expresión ni de prensa, sino en un injustificado ataque a un movimiento moral que él encabeza. Su delirio es tal que cada día nos recuerda que, “o están conmigo o están contra mí”. Y su secta de fanáticos semovientes, lejos de abonar al terreno del diálogo entre distintos, parte esencial del quehacer político, estiran más la liga. Polarizar hasta romper. No tengo duda de que estamos frente a un frustrado dictador: “en la época moderna, persona que se arroga o recibe todos los poderes políticos y, apoyada en la fuerza, los ejerce sin limitación jurídica” (Real Academia Española). Ese es el verdadero sueño de Andrés. Eso quisiera, pero no le alcanza. De ahí la importancia de cuidar nuestras instituciones, libertades, derechos fundamentales, democracia y legalidad.

Abogado

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