Lo que estará en juego en 2024 va mucho más allá de una disputa ideológica. Literalmente, el dilema es: dictadura o democracia. No es broma ni una exageración. Se trata de rescatar a México. Cada paso que da el presidente López Obrador, cada palabra que pronuncia va encaminada a la destrucción. A eso se ha reducido la autodenominada “cuarta transformación”. Esa destrucción tiene como propósito mantenerse en el poder al precio que sea. Es el poder como un fin en sí mismo. Es la diferencia de servir con el poder a servirse de él. ¿No les parece por demás extraño que, repentinamente, AMLO escoja un nuevo adversario contra el que apunte sus cañones institucionales y verbales? Cuando no es el INE, es el Tribunal Electoral; ya acabó con el Instituto para le Evaluación de la Educación y, ahora, trae en la mira al Inai pues está peleado con la transparencia y el respeto a los datos personales. De la Corte y el Poder Judicial de la Federación, ni se diga. En una inusual misiva, la Barra Americana de Abogados se dirigió a AMLO, la semana pasada, para externar su seria preocupación por el hostigamiento a los ministros, magistrados y jueces de ese poder. Con toda razón, exponen que lo que está en juego es la división de poderes y, más aún, el Estado de Derecho.

A este presidente le estorban los órganos constitucionales autónomos, pues representan un contrapeso del brutal presidencialismo del que hemos querido apartarnos en los últimos 30 años. Le incomoda la libertad de expresión y el pensamiento autónomo. Si pudiera acabar con la prensa, lo haría, así como lo hizo con las otrora empresas productivas del Estado: Pemex y CFE. Con el sector privado tiene una relación convenenciera y cargada de hipocresía. Echa mano de las fuerzas armadas, violando flagrantemente el artículo 129 constitucional y, descaradamente, cobija a las organizaciones del crimen organizado, pues le ayudan a ganar elecciones. Para él, ambas cámaras del Congreso de la Unión son una mera oficialía de partes. El pacto federal queda reducido a papel sanitario con tantos desplegados de los sumisos gobernadores a su “amado líder”. Y, aunque no le guste aceptarlo, sus palabras llenas de odio están trazando la ruta que nos conduzca a un magnicidio. Basta con un loco, de esos fanáticos que son parte de su secta, para darle gusto al tirano. La ingobernabilidad que ello desataría es inimaginable. Por estas y muchas razones más, tenemos que ganar no solo la Presidencia de la República sino, igual o más importante aún, la mayoría absoluta en el Congreso. Eso se logra con votos. Con un chingo de votos. ¿Te sumas o te vale?

Suscríbete aquí para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, y muchas opciones más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS