“El Anillo del Nibelungo” es una obra maestra, de dimensiones colosales, cuyo libreto y música fueron escritos, a lo largo de 26 años, por el compositor, poeta, dramaturgo y director de orquesta alemán, Richard Wagner. Se trata de una serie de cuatro óperas (“El oro del Rhin”; “La Valquiria”; “Sigfrido” y “El ocaso de los Dioses”) que, en su conjunto, tienen una duración de, aproximadamente, 15 horas. En pocas palabras, se trata de un drama, basado en la mitología germana, que nos presenta la disputa por un anillo que otorga a quien lo posee el poder inmenso de dominar al mundo, pero a cambio de renunciar al amor. Todo comienza por la ambición de un enano nibelungo, horrible, llamado Alberich, que al sentirse despreciado por las custodias del oro del río Rin, decide ir por él, robarlo y forjar el mítico anillo todopoderoso. La saga completa de esta tetralogía cuenta la historia de la constante lucha de diversos personajes por hacerse de la sortija en medio de traiciones y muerte. Finalmente el oro regresa a su lugar y, los ambiciosos, acaban sepultados.

Esto viene a cuento por la reciente y muy desafortunada declaración del presidente López Obrador de que la pandemia nos viene “como anillo al dedo” para consolidar la autodenominada “cuarta transformación”. Se necesita ser indolente, insensible e incompetente para hacer una afirmación de ese tamaño, en medio del dolor de los deudos de quienes han perdido la vida por el Covid-19; del padecimiento de quienes han sido contagiados; del inminente colapso de la infraestructura hospitalaria; de la incertidumbre y zozobra de millones de personas que están en casa, que han perdido su empleo o han visto disminuir sus ingresos, y con una economía que, lejos de crecer, amenaza con caer en la más profunda recesión de la historia moderna de nuestro país.

La conducción de López Obrador en esta crisis ha sido desastrosa. Detectó tarde la emergencia; la despreció; no preparó el terreno para su llegada al territorio nacional; dijo que el coronavirus nos hacía “los mandados”, pidió que siguiéramos abrazándonos, y confío en que el sagrado corazón de Jesús sería nuestro escudo protector ¡deténte, virus del mal! Irresponsablemente, mantuvo sus giras por el país, en vuelos comerciales, reuniéndose en plaza pública con la gente, repartiendo saludos de mano, abrazos, besos y hasta mordiscos a menores de edad. Más adelante, justo cuando las “autoridades” sanitarias ya pedían que nos quedáramos en casa para evitar el contagio, el tabasqueño invitaba al respetable a seguir saliendo a restaurantes y continuar con el chacoteo.

Se ha negado a dar apoyos a la planta productiva para mantener empresas, empleos e ingreso, pero sigue con la terquedad de su nueva refinería, del Tren Maya y del aeropuerto de Santa Lucía. Eso sí, sus programas sociales quedan intocados. No otorga facilidades fiscales pero exige el puntual pago de impuestos a todos. En suma, estamos en la peor crisis, en el peor momento y en las peores manos.

Al asomarnos por la ventana, en el amanecer tras la pesadilla, quizá veremos un triste paisaje, con una clase media muy disminuida y un gran número de pobres por atender. La mano del gobierno será indispensable para ellos. Seguirán ciegamente a su benefactor y los programas clientelares se convertirán en apoyos canjeables por votos. Y, como el horrible nibelungo, López Obrador preferirá el poder de ese anillo en el dedo pero habrá renunciado al amor de México.


Abogado

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