Existe la expectativa generalizada de que la inflación en México disminuirá este año. Este es el panorama que muestran tanto las proyecciones del Banco Central como las encuestas entre analistas. En la más reciente de ellas, la de Citibanamex, la mediana de las estimaciones anticipa un descenso de la inflación general de 7.9% en 2022 a 5% en 2023. Las cifras para la inflación subyacente son 8.3% y 5%, respectivamente.

Esto podría llevar a pensar que después de las pronunciadas presiones inflacionarias de meses previos, la política monetaria estaría enfrentando una perspectiva menos complicada. La realidad es que no es tan claro que este sea el caso, y la posibilidad de un entorno incluso más complejo en los próximos meses es elevada.

Más allá de que persiste el riesgo de nuevos choques externos resultado del conflicto en Ucrania, el fin de la política de cero COVID en China u otros factores, me preocupan en particular cuatro aspectos.

En primer lugar, a diferencia de lo observado durante la mayor parte de 2022, cuando el Banco de México ajustó su tasa de política monetaria de manera paralela a la de la Reserva Federal de los Estados Unidos (FED), este año se abre la perspectiva de movimientos diferenciados. En tanto que la FED ha mandado la señal de que la tasa de fondos federales todavía puede registrar varios aumentos en 2023, el Banco de México ha dejado la puerta abierta para una pausa después de su próxima reunión en febrero. Así, surge la duda de en qué medida la ampliación del diferencial de tasas de interés entre ambas economías, de materializarse, puede dar lugar a turbulencia financiera en México y, en particular, a presiones sobre el peso que repercutan en la inflación.

Estos temores se acentúan dado que, ante la posibilidad de un debilitamiento de la actividad económica, los mercados financieros en Estados Unidos consideran que la FED se verá forzada a implementar una política monetaria menos estricta de lo contemplado. Si esta percepción resulta equivocada, la desagradable realidad puede dar lugar a ajustes financieros bruscos, que pueden repercutir en los mercados mexicanos. A lo anterior cabe agregar que, de observarse una desaceleración en Estados Unidos, nuestra moneda también puede verse afectada por menores ingresos por remesas.

En segundo lugar, la presencia de ajustes salariales incompatibles con la evolución de la productividad puede complicar la reducción de la inflación en México. Llama la atención que, en la minuta de la decisión de política monetaria del 15 de diciembre pasado, uno de los miembros de la Junta de Gobierno del Banco de México señala, con base en estimaciones estadísticas, que la dinámica salarial fue el factor con mayor impacto en la inflación durante 2022.

En virtud de los rezagos con los que opera, la conducción de la política monetaria en 2023 debe considerar que estas presiones probablemente continuarán en 2024. Las autoridades han anunciado que pretenden llevar a cabo ese año otro ajuste importante al salario mínimo. Tomando en cuenta las elecciones presidenciales de 2024, es difícil esperar que este objetivo no se materialice, aun si la inflación durante 2023 y sus expectativas para el mediano y largo plazos superan la trayectoria prevista por el Banco de México.

En tercer lugar, en virtud del comportamiento previsto para la economía estadounidense, la gran mayoría de analistas espera que la economía mexicana se desacelere en 2023, proyectándose un crecimiento del PIB de solo 0.9% según la última encuesta de Citibanamex. Además, el riesgo de recesión no es insignificante.

En un año de gran importancia política, esto puede generar presiones para un relajamiento prematuro de la política monetaria. Yo esperaría que, de surgir, el Banco de México las ignorara. Independientemente de lo anterior, será difícil evaluar de manera precisa la trayectoria de la inflación en un entorno de estancamiento económico o recesión, pero fuertes incrementos de costos, en el momento y a futuro. No tengo duda de que bajo estas condiciones la política monetaria debe seguir concentrada en abatir la inflación. Mi preocupación se deriva más bien de los retos para calibrar adecuadamente la política monetaria bajo circunstancias como estas.

Por último, ¿sería razonable esperar que el gobierno acepte de manera pasiva una desaceleración marcada de la economía en la víspera de elecciones trascendentales en 2023 y las presidenciales de 2024? No lo creo. Por tanto, es probable que se observe un relajamiento de la política fiscal en ambos años. El problema es que existen ya presiones fuertes sobre las finanzas públicas, que se irán acentuando con el tiempo, y que los fondos para hacer frente a contingencias están prácticamente agotados. De hecho, un elevado número de analistas ha cuestionado los supuestos en los que descansa el presupuesto para 2023. Esto podría generar dudas sobre la fortaleza del marco macroeconómico del país, que la política monetaria debe considerar cuidadosamente.

¿Qué hacer ante tantas interrogantes? La mejor estrategia para la política monetaria en 2023 tiene nombre. Se llama prudencia.

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