El Banco de México decidió aumentar en 50 puntos base el objetivo para su tasa de interés de referencia el pasado 9 de febrero. La Institución explicó en su Comunicado que esta decisión respondió a la dinámica de la inflación subyacente, aunque el texto hace referencia también a un proceso de desinflación más lento de lo previsto y a nuevos incrementos de las expectativas de inflación para 2023 y 2024, además de que incluye ajustes importantes al alza de los pronósticos para la inflación general y la subyacente.

Esta decisión, y en general la postura de la política monetaria en México, han sido sujetas de críticas desde distintos frentes.

Una de ellas es la recurrente sugerencia de que el Banco de México tenga un papel más activo en el impulso del crecimiento económico, a lo que se ha añadido recientemente la recomendación de que el Banco ajuste su tasa de interés de referencia para permitir una depreciación del peso y apoyar por esta vía la actividad económica.

El fundamento de estas propuestas es endeble. Si el Banco de México no reaccionara adecuadamente a presiones sobre los precios por encima de lo que había previsto, las expectativas de inflación se desanclarían aun más. ¿El resultado? Presiones inmediatas al alza sobre las tasas de interés de largo plazo, seguidas tiempo después de la necesidad de un incremento incluso mayor de lo considerado inicialmente para su tasa de referencia. En otras palabras, una reacción débil o tardía del banco central acabaría perjudicando el crecimiento económico.

Obviamente, en el momento de fijar el objetivo para su tasa de interés, el Banco de México toma en cuenta el impacto de la trayectoria esperada del tipo de cambio sobre la inflación. Usar la política monetaria para depreciar el peso es otra historia. Implicaría asignarle a un solo instrumento dos objetivos, misión imposible, además de que dañaría gravemente la comunicación del Instituto Central y la credibilidad de su compromiso con la meta de inflación. En todo caso, la Comisión de Cambios, integrada por representantes del Banco de México y la Secretaría de Hacienda, cuenta con otros instrumentos para acumular reservas internacionales y, consecuentemente, moderar presiones sobre el peso, si se considera conveniente, preservando el régimen de flotación.

Las críticas a la decisión de febrero han enfatizado también el que esta haya sido sorpresiva. La gran mayoría de analistas anticipaba que el incremento de la tasa de referencia sería de 25 puntos base. En ausencia de mensajes en sentido contrario del Banco Central, lo anterior se fundamentó en el comunicado de política monetaria de diciembre del año pasado, que fue interpretado como una señal de un incremento menor de la tasa de referencia en febrero y, para decisiones siguientes, del posible desacoplamiento de los incrementos de la tasa de interés en México de los efectuados por la Reserva Federal de los Estados Unidos.

A este respecto, me gustaría hacer dos comentarios.

Primero, la sorpresa en los mercados es en buena medida sorprendente. ¿Por qué? Las encuestas levantadas entre los analistas del sector privado muestran que la mayoría de ellos no consideraba que la trayectoria de la inflación pronosticada por el Banco de México en diciembre del año pasado era realista. Si en su opinión la inflación iba a ser mayor, ¿no lo lógico sería que anticiparan también para febrero de 2023 una política monetaria más apretada de lo que interpretaban como la posición del Banco Central a finales del año previo?

Segundo, con independencia de lo asentado en el párrafo anterior, esta no es la primera, ni será la última vez que una decisión del Banco de México tome por sorpresa a los mercados. Es cierto que la Institución debe procurar que sus decisiones sean predecibles, porque esto fortalece tanto la eficiencia como la credibilidad de la política monetaria. Sin embargo, ningún banco central tiene una capacidad de previsión perfecta, y es su responsabilidad implementar las acciones que se consideren necesarias para cumplir con su mandato, con base en la información de la que disponen en el momento de tomar la decisión. La posibilidad de que la información de última hora difiera de lo esperado siempre está latente.

Por lo expuesto en su conjunto en los párrafos anteriores, no tengo duda de que el Banco de México tomó la dirección correcta el 9 de febrero. Además de que mandó el mensaje de que no se mantendrá pasivo ante desviaciones de la inflación de la trayectoria prevista, esta decisión, y el apoyo unánime a la misma, fortalecen la percepción de independencia del Banco en un momento crucial, dados los llamados de naturaleza política para que la Institución apoye de manera más activa el crecimiento económico y los recientes ajustes en la composición de la Junta de Gobierno.

Habiendo dicho lo anterior, también es cierto que el Banco de México debe reflexionar sobre su estrategia de comunicación. En particular, en mi opinión, es importante evaluar el grado de detalle que es conveniente incluir en la guía futura de sus comunicados de política monetaria, en un entorno de tanta incertidumbre. También parece recomendable intensificar la interacción con los participantes del mercado a fin de disipar posibles dudas o malentendidos derivados de la reciente decisión y, en general, para asegurar que el diálogo entre ambas partes sea fluido.

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