Vaya sorpresa. El resultado de las elecciones en Estados Unidos fue mucho menos estrecho de lo que se esperaba. Donald Trump ganó los votos electorales, el voto popular y todos los estados bisagra. Además, el Partido Republicano recuperó el control del Senado y posiblemente mantenga el de la Cámara de Representantes. A esto habría que añadir que Trump ejercerá una influencia considerable sobre la Suprema Corte.
Como resultado, el mundo tiembla. No solo recupera el control del país más importante del planeta un líder con poco respeto por las reglas y las instituciones, y altamente volátil en su toma de decisiones, sino que esta vez lo hace con mucho mayor poder y un equipo más alineado con sus ideas y, por tanto, con mayor capacidad de acción para poner en marcha su programa de gobierno que durante su primer mandato.
Aun haciendo a un lado la enorme preocupación que despierta el rumbo de su política exterior, la angustia por las posibles acciones del gobierno americano es considerable. En el ámbito económico, la estrategia propuesta por Trump durante su campaña contempla disminuciones de impuestos a familias y empresas a través de la renovación de medidas anteriores o de nuevos recortes, una menor regulación de la economía, incrementos generalizados de 10% a 20% a los aranceles a las importaciones (de 60% en el caso de China) y deportaciones masivas de migrantes indocumentados.
Los elementos anunciados hacen esperar una mayor inflación en Estados Unidos, propiciada por la disminución de la mano de obra disponible y el incremento de los aranceles, y un efecto incierto en la actividad económica, como resultado de efectos contrapuestos por el lado de la oferta y la demanda.
De materializarse este escenario, el margen de maniobra para el relajamiento de la política monetaria en ese país se acotaría, por lo que las tasas de interés se mantendrían más elevadas que en el escenario alternativo. Por otra parte, el mayor proteccionismo en Estados Unidos haría surgir el riesgo de una guerra comercial, con graves consecuencias globales.
Naturalmente, habrá que esperar que contemos con más información para hacer un análisis mejor sustentado. Mientras tanto, es de esperarse que el nerviosismo tanto en los gobiernos de otros países como en los mercados financieros internacionales persista.
Las implicaciones del ascenso de Donald Trump al poder son especialmente preocupantes para México. Para empezar porque al ser una economía muy abierta al exterior, el impacto global de las acciones de su gobierno repercutiría con fuerza en la economía mexicana. A esto habría que agregar que la relación de los dos países es muy intensa en los planos comercial, migratorio y de seguridad, entre otros; que esta es de mucho mayor importancia relativa para México; y que Trump ha advertido sobre la posibilidad de acciones en distintos ámbitos en contra de nuestro país.
En particular, durante la campaña amenazó con imponer un arancel de 25%, y de ser necesario de hasta 100% a todas las importaciones de México, a menos que se detenga la “avalancha de criminales y drogas” hacia Estados Unidos. También señaló que podrían levantarse aranceles de 200% a las exportaciones automotrices de empresas chinas hacia Estados Unidos que utilicen a México como plataforma. Incluso habló de declarar a los cárteles del narcotráfico como terroristas, lo que abriría la puerta para acciones unilaterales del ejército estadounidense en territorio mexicano.
Aunque no es claro en qué medida estas amenazas representan un posicionamiento de campaña que se modificará una vez que el nuevo gobierno tome el poder, lo que sí sabemos es que el narcotráfico, la migración y China son fuente de especial preocupación para Trump. También sabemos que presionará al gobierno mexicano para actuar en estas áreas, y que estas presiones y la incertidumbre resultante se mantendrán por un lapso considerable.
Al respecto, cabe recordar que tenemos en puerta una revisión formal del T-MEC programada para julio de 2026. Si bien el Tratado fue negociado durante la primera administración de Trump, y este lo ha llamado el más moderno y balanceado de la historia, no hay duda de que lo utilizará como arma de negociación para obtener concesiones en otros frentes.
Ni siquiera se puede descartar que lo que se acordó como una revisión se convierta en una renegociación. Por tanto, sería inocente esperar que la incertidumbre sobre la relación México-Estados Unidos se disipe antes de que finalicen las discusiones del T-MEC.
Este desasosiego aumentará los costos de cualquier acción que tome Trump para presionar a México. Quisiera destacar en particular que sus implicaciones para la inversión tanto nacional como extranjera son preocupantes. ¿O acaso sería razonable esperar un repunte significativo de la inversión privada en un entorno en el que se desconoce si Estados Unidos impondrá aranceles y otras medidas de presión a México? ¿O que la propuesta reducción del impuesto corporativo en Estados Unidos a 15% no incida en la inversión en nuestro país? ¿O que Trump no haga todo lo posible por bloquear la inversión china en México?
Por tanto, el panorama de crecimiento económico para nuestro país en 2025 e inclusive en 2026 se complica cada vez más. Nuestras autoridades deberían hacer lo posible por atenuar los desafíos derivados de esta difícil situación. Para empezar, deberían entender que destruir el estado de derecho y despedazar el marco institucional es nocivo tanto para las futuras discusiones bajo el T-MEC, como para la expansión de la inversión privada en México.