Diversos indicadores sugieren un sobrecalentamiento del mercado laboral en México. La tasa de desempleo, de 3.2% en octubre de este año, se compara con la de 3.6% de febrero de 2020. La tasa de subocupación, que abarca a las personas que desean trabajar más tiempo del que su empleo les demanda, así como otras definiciones más amplias de desempleo, también se ubican en niveles inferiores a los observados antes de la pandemia. Además, todas estas variables muestran una tendencia a la baja. Por si esto no fuera suficiente, en los 12 meses que finalizan en noviembre, se observó la tercera más alta creación de empleos formales desde que se tiene registro.

Las estimaciones más sofisticadas llevan a la misma conclusión. El Banco de México calcula el grado de holgura en el mercado laboral, comparando la tasa de desempleo observada con aquella que sería congruente con una inflación estable. Con base en diferentes definiciones de desocupación, las cifras más recientes sugieren que el mercado laboral no solamente no cuenta con holgura, sino que muestra estrechez, es decir, una tasa de desempleo que estaría presionando la inflación al alza.

La falta de holgura en el mercado laboral puede resultar del comportamiento de la oferta o la demanda de mano de obra. A diferencia de lo que sucede en algunas economías avanzadas, en México los problemas no parecen estar influidos de manera importante por factores de oferta. La tasa de participación laboral, es decir, el porcentaje de la población económicamente activa que está empleada o buscando trabajo, se encuentra casi al mismo nivel de antes de la pandemia. Por su parte, la relación entre el empleo y la población en edad de trabajar ha rebasado ya los niveles pre pandemia. De esta forma, la estrechez del mercado laboral en México parece derivarse de los requerimientos de mano de obra propiciados por la recuperación de la actividad económica.

Esta situación, y un entorno de fuertes presiones inflacionarias, han incidido en los salarios. Al respecto, el indicador más relevante son los llamados costos laborales unitarios, es decir, los costos laborales ajustados por la productividad de la mano de obra. En la medida en que los ajustes salariales no se ven compensados por una mayor productividad, los costos para las empresas aumentan, por lo que se generan incentivos para trasladarlos a los consumidores mediante mayores precios, así como para buscar ahorros a través de despidos. El resultado: presiones al alza sobre la inflación y a la baja sobre el empleo. Desafortunadamente, los costos laborales unitarios para la economía mexicana han mostrado en los últimos años una tendencia al alza, aunque en un entorno de volatilidad, y se encuentran por encima de los niveles de antes de la pandemia.

El incremento de los costos laborales unitarios también se ha visto influido por los ajustes al salario mínimo, que casi se han duplicado en los últimos 4 años, Se ha anunciado, además, un aumento adicional de 20% para 2023 y probablemente veremos otra alza considerable el año siguiente.

El Banco de México señala en su más reciente Informe Trimestral, que los sectores de la economía que han visto incrementada su contribución al aumento del salario base de cotización al IMSS incluyen, además de aquellos que han enfrentado una demanda vigorosa o efectos especiales como la reforma al sistema de subcontratación, a los que se caracterizan por una mayor proporción de trabajadores sujetos al salario mínimo. Esto sin tomar en cuenta la posibilidad de un efecto “faro”, es decir, que los ajustes a esta variable se estén convirtiendo en punto de referencia para la determinación de otras remuneraciones.

En suma, a las presiones de demanda en el mercado laboral, se le está agregando el impacto de ajustes considerables al salario mínimo. Los riesgos de estas acciones se van a acentuar en 2023. Por una parte, por razones aritméticas el número de trabajadores a los que abarcan los incrementos al salario mínimo seguirá aumentando. Por otra parte, se espera que la economía se desacelere y la posibilidad de una recesión no se puede descartar. Bajo estas condiciones, si como es de esperarse el anunciado incremento del salario mínimo es incompatible con la evolución de la productividad laboral, no solamente representará una fuente de presión al alza sobre la inflación, sino que acentuará el debilitamiento del empleo que seguramente resultará de una actividad económica más débil.

A la larga, no es posible pensar en una mejora permanente de la calidad de vida de los trabajadores en ausencia de mejoras en la productividad laboral. Una política basada exclusivamente en mayores salarios, tarde o temprano se verá contrarrestada por su impacto adverso en la inflación y el empleo. Desafortunadamente, es poco lo que están haciendo las políticas públicas en la actualidad para moverse en esta dirección.

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