A partir de la quiebra de Silicon Valley Bank (SVB) el pasado 10 de marzo, dio inicio una nueva etapa de turbulencia en el sector bancario estadounidense que, aunque ya parece haber superado lo peor, todavía es fuente de preocupación. A la bancarrota de SVB le siguieron poco tiempo después las de Signature Bank y First Republic Bank (esta última la segunda mayor en Estados Unidos después de la de Washington Mutual en 2008) y una situación de incertidumbre que a la fecha sigue afectando a diversos bancos regionales.

Afortunadamente, los problemas en la banca estadounidense no han incidido en el sistema financiero mexicano. Esto se explica en buena medida por la solidez de este último. A lo anterior habría que agregar la práctica inexistencia de vínculos directos entre los bancos en dificultades en Estados Unidos y la banca mexicana. ¿Significa esto que podemos hacer caso omiso de los citados acontecimientos? Por supuesto que no.

La reciente crisis estadounidense se derivó en parte de errores garrafales tanto de los encargados de la administración de los bancos como de las autoridades reguladoras y supervisoras, en áreas en las que el apego a estándares internacionales los habría podido evitar. Me explico. La crisis bancaria en Estados Unidos estuvo determinada parcialmente por niveles insuficientes de liquidez en los bancos afectados y por una exposición excesiva a riesgos derivados de movimientos de las tasas de interés.

Los estándares establecidos después de la crisis financiera global de 2008 bajo el acuerdo conocido como Basilea III, permiten un importante grado de cobertura ante riesgos de esta índole. Sin embargo, a diferencia de lo que se observa por ejemplo en México o en Europa, donde estas reglas se aplican de manera generalizada, en Estados Unidos se exigen solamente a un número pequeño de bancos considerados de importancia sistémica. Esto eliminó señales de alarma que en circunstancias como las observadas probablemente los habría obligado a responder oportunamente. Peor aun, las autoridades identificaron varios de estos riesgos, pero no se aseguraron de que se tomaran las acciones requeridas para enfrentarlos. Así, una primera lección es que una insuficiente atención a las enseñanzas de crisis previas puede resultar muy costosa.

La segunda es un recordatorio importante. El funcionamiento del mercado es imperfecto, por lo que depender de manera excesiva en su eficiencia puede ser un grave error. Los participantes del mercado en teoría fomentan una mejor administración de las instituciones financieras, al canalizar sus recursos hacia aquellas más sólidas y castigar a las mal administradas. ¿Qué se observó en la reciente crisis bancaria en Estados Unidos? Precisamente lo contrario: un fuerte incremento de depósitos por parte de inversionistas muy sofisticados en instituciones con graves deficiencias en su administración, y un retiro masivo de recursos ante los primeros indicios de problemas. Es decir, el mercado se convirtió en una fuente de inestabilidad.

Tercera lección. El avance tecnológico (reflejado en aspectos como el uso generalizado de la banca electrónica), y las redes sociales (que permiten una rápida diseminación de la información), han dado lugar a un cambio estructural en el sistema financiero internacional que permite salidas de recursos de los bancos a una velocidad nunca antes vista. El más reciente Informe de Estabilidad Financiera de la Reserva Federal de Estados Unidos presenta información ilustrativa a este respecto. Durante la corrida que llevó a la quiebra a Washington Mutual en 2008, el mayor retiro observado en un día alcanzó alrededor de 2% de la base de depósitos existente antes de la crisis. En los casos de SVB y Signature Bank, las cifras correspondientes superaron el 20%.

Una cuarta lección se desprende del importante papel jugado en la detonación de la crisis por los depósitos en los bancos que, en virtud de su monto, no son garantizados por el seguro de depósitos. Estos inversionistas no solamente tienen un incentivo mayor que el resto para retirar sus fondos ante la percepción de dificultades, sino que sus interacciones a través de distintos medios son más estrechas, por lo que su potencial para generar inestabilidad también es mayor. Lo anterior sugiere la conveniencia de revisar periódicamente tanto la exposición bancaria a este tipo de riesgos, como el monto de depósitos cubierto por el seguro. Obviamente, también es necesario evaluar la suficiencia de los recursos disponibles para las instituciones encargadas de esta responsabilidad.

Ninguno de los bancos que quebró durante la crisis bancaria en Estados Unidos era considerado de importancia sistémica. Sin embargo, los riesgos derivados de la misma forzaron una respuesta muy agresiva de las autoridades estadounidenses, tanto para asegurar niveles adecuados de liquidez en el sistema bancario como para dar certidumbre a los depositantes. Esto nos lleva a la quinta lección: aun bancos relativamente pequeños pueden representar un riesgo para la estabilidad financiera. ¿La conclusión? En ocasiones, es preferible concentrar la atención en la vulnerabilidad de las instituciones, más que en su tamaño.

Es evidente que aun en un sistema financiero sólido como el mexicano, las autoridades deben evaluar si la regulación y supervisión existentes son adecuadas para operar bajo condiciones como las evidenciadas durante la crisis estadounidense. Al respecto, no debemos olvidar que existen puntos vulnerables, que podrían llegar a convertirse en un talón de Aquiles, tanto en nuestro sistema financiero bancario como en el no bancario. La magnitud de los riesgos que enfrentamos se ilustra con otra lección de suma importancia de la reciente crisis: existe el riesgo, mayor de lo que se pensaba hasta hace poco, de que durante etapas de alto estrés la única forma de salvar al sistema financiero, sea garantizando de manera explícita o implícita con recursos públicos todos los depósitos en el sistema bancario.

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