Durante las últimas semanas hemos presenciado diversos episodios de optimismo respecto de las perspectivas de la economía mundial . Lo más destacado ha sido el comportamiento de los mercados financieros, tanto de bonos como de acciones. Su entusiasmo se ha basado en expectativas de que, ante el descenso reciente de la inflación, el incremento de las tasas de interés de los principales bancos centrales está cerca de llegar a su fin. Adicionalmente, se ha fortalecido en los mercados la percepción de que las presiones inflacionarias pueden abatirse sin propiciar una recesión económica global, es decir, de que un “aterrizaje suave” es viable.
Esta postura llama la atención porque varios de los principales bancos centrales han insistido que el problema inflacionario está lejos de ser resuelto, que harán lo que sea necesario para asegurar que la inflación regrese a su meta, y que todavía se requerirán aumentos adicionales de sus tasas de referencia para lograr este objetivo.
Las decisiones de política monetaria de la Reserva Federal de los Estados Unidos y el Banco Central Europeo la semana pasada ilustran las peculiaridades de esta situación. Ante mensajes que reiteraron en términos generales los principios descritos en el párrafo anterior, si bien con diferencias de matiz y evidentes retos de comunicación, la reacción en los mercados financieros fue en ambos casos de euforia.
La misma semana pasada los mercados recibieron un duchazo de agua fría al darse a conocer cifras que sugieren una fortaleza del mercado laboral de los Estados Unidos mayor de la anticipada. Esto, por supuesto, refuerza el argumento de que es probable que la reducción de la inflación implique una postura monetaria más apretada de la que están suponiendo los mercados.
Por una combinación de razones me inclino a pensar que, al final, la razón estará del lado de los bancos centrales. Pero independientemente de quién está en lo correcto, ¿justificaría la materialización de un escenario de “aterrizaje suave” de la economía mundial, una actitud optimista ante el futuro, no desde la perspectiva de los mercados financieros o de sectores específicos, sino en general de la población mundial?
Pues bien, casualmente el Fondo Monetario Internacional (FMI) publicó la semana pasada la actualización de sus proyecciones para la economía mundial. Se puede argumentar que el FMI endosa un escenario “optimista” de “aterrizaje suave”, ya que proyecta una tendencia a la baja de la inflación al tiempo que descarta la posibilidad de una recesión global. En algunos aspectos, por ejemplo, las estimaciones para el crecimiento económico en Estados Unidos o en el Reino Unido, el panorama delineado por el FMI es inclusive más favorable que los de las autoridades de esos países.
Según el FMI el c recimiento económico global se desacelerará en 2023 (a 2.9%) y, no obstante cierta recuperación en 2024 (a 3.1%), la cifra seguirá por debajo del promedio observado en el periodo 2000-2019 (3.8%). Se espera que la inflación global descienda de un promedio anual de 8.8% en 2022 a 6.6% en 2023 y a 4.3% en 2024. Al mismo tiempo, el FMI anticipa que para 2024 la inflación general se ubique por encima de los niveles de antes de la pandemia en 82% de las economías. Por si esto no fuera suficiente, el FMI enfatiza que los riesgos abundan, con un balance sesgado a la baja para el crecimiento económico y al alza para la inflación.
Las proyecciones del FMI para el crecimiento económico en México en los próximos dos años no son precisamente una inyección de ánimo. El Fondo presenta un escenario “favorable”, vinculado a un esperado “aterrizaje suave” en Estados Unidos, que proyecta cifras anuales de crecimiento de casi 1.7% en promedio en 2023-24. Aunque esta cifra es mayor que la mediana de las proyecciones de los analistas encuestados por el Banco de México para el mismo lapso (1.4%), es demasiado baja y ni siquiera iguala las deprimentes estimaciones del crecimiento potencial en México.
El panorama económico mundial y en particular las cifras del FMI, pueden verse desde la perspectiva del vaso “medio lleno” o “medio vacío”. En un sentido, lo peor de la crisis parece haber pasado y no se está anticipando una recesión global. En el otro, el logro de niveles de inflación y crecimiento similares a los de antes de la pandemia llevará mucho tiempo, en un entorno de riesgos enormes. Me parece que sería un error caer en un enfoque de esa naturaleza. Una conclusión objetiva no puede ser tan radical. Es cierto que la perspectiva es menos mala, pero también lo es que superar la problemática que enfrenta actualmente la economía mundial va a ser un proceso largo, sufrido y peligroso.
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