El crecimiento de la economía mexicana durante los últimos 4 años ha sido lamentable, y las expectativas para los próximos dos no son precisamente optimistas. Tomando como base del cálculo la mediana de las proyecciones de los analistas encuestados por el Banco de México, se estima que a lo largo de la presente administración el PIB habrá registrado un crecimiento promedio anual de solamente 0.3%. Este es el desempeño más pobre de la economía mexicana desde principios de los ochenta, cuando el país estaba resintiendo los efectos de la llamada “crisis de la deuda”.

Sería injusto asignar la responsabilidad de esta evolución en su totalidad al gobierno actual. La trayectoria de la actividad económica en México en los últimos años ha sido muy influida por factores externos y, particularmente, por la pandemia de COVID-19. Sin embargo, el magro crecimiento económico también ha respondido a la implementación de políticas públicas que no han sido compatibles con una evolución sana, ni de la inversión pública ni de la privada, ni de la productividad de la economía.

Una pregunta obligada para las autoridades de la presente administración y para las que se harán cargo de la conducción del país en un par de años, es hacia dónde va la economía mexicana si se mantienen las políticas actuales, y cómo se compararía esa trayectoria con la que se anticipaba antes del inicio de este sexenio. Este es un ejercicio complejo que requeriría, entre otras cosas, separar los determinantes externo e interno del desempeño de la economía.

Pero una forma sencilla de hacer la evaluación, de manera objetiva, sin sesgos ideológicos, es comparando las expectativas de crecimiento económico de largo plazo antes de las más recientes elecciones presidenciales (para evitar posibles ajustes en dichas cifras consecuencia del resultado electoral) con las que se han observado posteriormente.

Según las encuestas del Banco de México, en junio de 2018 la mediana de las proyecciones de los analistas estimaba un crecimiento medio anual del PIB de 2.5% en los siguientes 10 años. Posteriormente, la cifra se ajustó rápidamente a la baja y, desde mediados de 2019, fluctúa alrededor de 2%. Esto nos da una idea de lo que los analistas consideraban el crecimiento potencial de la economía mexicana antes y después de la administración actual.

¿En qué consiste el ejercicio? Muy sencillo. En determinar qué tan diferentes habrían sido las trayectorias del PIB en nuestro país, con una y otra estimación del crecimiento potencial, durante el periodo 2019-2024. En otras palabras, se hace caso omiso de las cifras observadas de crecimiento económico, y de choques como los derivados de la pandemia o de la anticipada desaceleración en Estados Unidos; se supone que a lo largo del periodo la economía utiliza toda su capacidad instalada, esto es, crece a una tasa anual de 2.5% en un escenario y de alrededor de 2% en el otro; y se estima la diferencia como porciento del PIB.

¿Cuáles son los resultados?

La trayectoria de menor crecimiento potencial a partir de 2019, implica una pérdida en el nivel de la producción que aumenta de 0.4% del PIB en ese año a 2.7% del PIB en 2024. Si se acumulan las pérdidas para todo el periodo considerado, la cifra, a valor presente, es de poco más de 9% del PIB de 2022.

Es decir, al reducirse el potencial de crecimiento de la economía respecto de la situación que prevalecía a mediados de 2018, la producción del país estaría registrando hacia 2024 una pérdida acumulada de ese monto. Para dar una idea de los órdenes de magnitud, dicha cifra es similar a la participación de la producción del Estado de México en el PIB nacional.

El problema empeora con el curso del tiempo, ya que el efecto compuesto de la diferencia en las tasas de crecimiento potencial magnifica el costo. Por ejemplo, si el ejercicio se extiende hasta finales del siguiente sexenio, la pérdida solamente en un año, en 2030, ascendería a casi 6% del PIB. A lo anterior habría que agregar la posibilidad de que el crecimiento potencial de la economía mexicana sea en la actualidad menor a 2%, dada la caída tanto de la inversión como de la productividad total de los factores en años recientes, lo que obviamente aumentaría aun más el referido costo.

Es difícil esperar que durante los próximos dos años se tomen medidas de relevancia para evitar que un escenario como el antes descrito se materialice. Sin embargo, quienquiera que tome el timón del país en 2024, debería evaluar con objetividad las acciones que se requieren para abrigar esperanzas de un futuro más alentador. Ojalá que así sea.

Moraleja: El costo más importante de las políticas de un gobierno no es necesariamente el deterioro del nivel de vida de la población, o su impacto nocivo en otras variables clave. En ocasiones, la principal consecuencia negativa es propiciar el arribo de alternativas peores.

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