La política comercial de Estados Unidos dio un giro brusco con la llegada de Donald Trump a la presidencia de ese país en 2017. Argumentando prácticas gubernamentales injustas, y la consecuente necesidad de apoyar a la industria manufacturera nacional y a los empleos en el sector, el gobierno estadounidense incrementó de manera agresiva los aranceles a las importaciones de diversos países, aunque concentrando las acciones de manera particular en el caso de China.

El ascenso del presidente Biden al poder no ha cambiado mucho las cosas. De hecho, esta es una de las pocas áreas en las que se encuentra un elevado grado de coincidencia de puntos de vista entre las dos administraciones. Durante los últimos 3 años y medio, no solo se han mantenido los aranceles a las importaciones chinas introducidos durante la presidencia de Trump, sino que las tensiones con ese país se han acentuado.

Así, el actual gobierno estadounidense ha erigido nuevos aranceles a la importación de diversos productos chinos, entre ellos vehículos eléctricos, acero y semiconductores. Además, ha respondido a las políticas chinas con su propia dosis de subsidios a diversas ramas industriales.

También ha presionado a las autoridades de otros países para que apoyen la posición estadounidense frente a China. De hecho, este fue uno de los temas principales de discusión durante la reunión del G7 a nivel ministerial celebrada a finales de mayo. En este contexto, Janet Yellen, Secretaria del Tesoro de los Estados Unidos, enfatizó la necesidad de levantar un “muro de oposición” a la política industrial china, ante la posibilidad de que la inundación de productos subsidiados por el gobierno de ese país ponga en riesgo a sus sectores manufactureros.

¿Han tenido repercusiones las presiones estadounidenses? Por supuesto. El comunicado de la reunión de líderes del G7 celebrada a mediados de junio, expresa la preocupación del Grupo por las “…políticas y prácticas industriales chinas, no basadas en mecanismos de mercado, que están provocando efectos globales, distorsiones y un exceso de capacidad en un amplio rango de sectores, afectando a nuestros trabajadores e industria, así como nuestra seguridad”. Adicionalmente, la Unión Europea ha anunciado el levantamiento de aranceles a la importación de vehículos eléctricos de China, que en principio entrarán en vigor el 4 de julio, y otros países han implementado medidas similares o están analizando la posibilidad de hacerlo.

El conflicto comercial entre China y Estados Unidos y otros países es costoso para la economía mundial. Los aranceles a las importaciones resultan en mayores precios para los consumidores y para las empresas que usan estos productos como insumos. Además, al acentuar la incertidumbre y distorsionar las señales del mercado, las barreras comerciales afectan tanto el nivel como la asignación de los flujos de inversión. A esto habría que agregar el efecto de las medidas de represalia adoptadas en los países rivales. Al final, todos pierden.

¿Es de esperarse que estos costos cambien de manera importante la posición de Estados Unidos o China en el corto plazo? Parece difícil. Cabe señalar a manera de ejemplo que Donald Trump ha declarado que, de ganar la presidencia de su país, impondrá aranceles de 10% a la mayoría de las importaciones y de 60% o más a los bienes provenientes de China. Aunque no queda claro que estas intenciones se vayan a materializar, sí dan una idea de la importancia política en Estados Unidos de una actitud proteccionista ante China.

¿Cuáles son las implicaciones para México? El conflicto entre China y Estados Unidos está dando lugar a un escrutinio más estrecho de este último país a la posibilidad de que China utilice a México como una plataforma para exportar a Estados Unidos sin pagar los aranceles, ya sea a través de la triangulación de exportaciones o del establecimiento de fábricas en México con ese fin.

Por otra parte, recordemos que la revisión del T-MEC se llevará a cabo en 2026 y que en ese entonces los 3 países deberán decidir si se extiende o no por otros 16 años. Considerando la importancia que Estados Unidos le está dando al tema de China, es natural esperar que la relación económica entre este país y el nuestro sea una pieza central de las discusiones.

De hecho, pareciera que esto ya está ocurriendo. Según un informe publicado ayer por la Oficina del Representante Comercial de los Estados Unidos (USTR por sus siglas en inglés), a finales de mayo de este año los ministros de comercio de los tres países miembros del T-MEC acordaron ampliar su colaboración en cuestiones relacionadas con políticas y prácticas no comerciales de otros países que socavan el Tratado. En virtud de la importancia del T-MEC y en general de la relación comercial con Estados Unidos, tengo la impresión de que no vamos a ver flujos importantes de inversión china hacia México por un buen rato.

Esta, por supuesto, no es la única cara del conflicto entre China y Estados Unidos. También existe un lado positivo que puede propiciar que las tensiones económicas y políticas entre estos países produzcan un efecto neto benéfico para nuestro país: el llamado nearshoring.

No existe evidencia de que esto haya fomentado hasta ahora un incremento significativo de los flujos de inversión extranjera hacia México. Pero es bien conocido que la materialización de esta extraordinaria oportunidad requiere del cumplimiento de una serie de condiciones. Para ello, el próximo gobierno mexicano debería, para empezar, abordar este tema con una mentalidad abierta y deshacerse de los lastres ideológicos y de otro tipo que tanto daño le están haciendo al país.

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