Ante la complejidad del panorama para la inflación y con el fin de lograr la convergencia de esta a la meta de 3%, el Banco de México ha mantenido la tasa de interés de política monetaria en 11.25% desde el 30 de marzo de este año, y ha anunciado que la dejará en ese nivel durante un periodo prolongado. Los analistas del sector privado anticipan que el próximo movimiento de dicha tasa será a la baja, lo que también ha sido sugerido por la mayoría de las personas integrantes de la Junta de Gobierno del Banco Central. La gran duda es cuándo tendrá lugar este ajuste.

El Banco Central, con toda razón, ha indicado que sus decisiones de política monetaria dependerán de la información disponible en el momento de cada decisión. Este enfoque es comprensible, debido a que en un entorno de tanta incertidumbre es difícil hacer un juicio con precisión. Una señal equivocada del Banco de México afectaría su credibilidad y, consecuentemente, la eficiencia de la política monetaria. El caso de los analistas del sector privado es diferente, ya que por la naturaleza de su trabajo están obligados a hacer estimaciones puntuales de la evolución futura de la tasa de interés de referencia.

¿Cuáles son las expectativas de los analistas en la actualidad? Tomando como base la más reciente encuesta del Banco de México entre este grupo, la mayoría de ellos estima que la próxima reducción de la tasa de interés de política monetaria tendrá lugar en el primer trimestre de 2024, para posteriormente seguir una tendencia a la baja y registrar al cierre del año una mediana de 9%.

Estas proyecciones suponen que la economía mexicana se debilitará en los próximos meses, manteniéndose prácticamente estancada durante el cuarto trimestre de este año y el primero del siguiente, para repuntar a partir del periodo abril-junio de 2024. En este contexto, se anticipa que la inflación general continuará disminuyendo, para ubicarse en 4% a finales del año entrante.

Aunque este es un escenario posible, haciendo caso omiso de los riesgos que siempre están latentes, como los derivados de nuevos choques externos o factores geopolíticos, me surgen una serie de interrogantes.

Para empezar, al igual que la Reserva Federal y otras fuentes, los analistas del sector privado suponen una desaceleración económica en Estados Unidos a partir del último trimestre de 2023. Aunque el debilitamiento de la actividad económica en ese país en 2024 es el escenario más viable, persiste la duda tanto de su intensidad como del momento preciso en que tendrá lugar, ya que la economía estadounidense sigue mostrando fortaleza y las proyecciones sobre su trayectoria han sido subestimadas una y otra vez.

Por otra parte, el gobierno mexicano ha anunciado una política fiscal expansiva para el año entrante, que se proyecta aumente el déficit fiscal en 1.5 puntos porcentuales del PIB. En virtud del importante proceso electoral que tendrá lugar en nuestro país en junio de 2024, es natural esperar que la mayor parte de este estímulo se concentre en los primeros cinco meses del año, y que el gobierno haga todo lo que esté de su parte para evitar un debilitamiento de la actividad económica en ese lapso. Así, dado que en la actualidad la economía muestra señales claras de sobrecalentamiento, el riesgo de persistentes presiones de demanda sobre los precios es elevado. Además, la percepción de un manejo macroeconómico inadecuado podría generar turbulencia en los mercados financieros.

También debe tomarse en cuenta que, aunque todavía no se conoce el monto exacto, es evidente que el salario mínimo registrará un aumento importante en enero de 2024. Los consecuentes riesgos para la inflación no deben menospreciarse, particularmente considerando que el porcentaje de la población que gana el salario mínimo ha aumentado fuertemente a lo largo de esta administración.

Los analistas del sector privado suponen para el periodo enero-mayo del año entrante un tipo de cambio promedio de 18.05 pesos por dólar (18.38 pesos por dólar en mayo). Aquí destacaría otros dos riesgos importantes. El primero es que no se puede descartar, sobre todo en un ambiente político tan tenso como el que estamos viviendo, que la incertidumbre de esta fuente se acentúe durante la etapa preelectoral y que sus efectos se reflejen en el mercado cambiario. A lo anterior habría que agregar los riesgos derivados de las tasas de interés en Estados Unidos. La posibilidad de un incremento de la tasa de política monetaria en ese país sigue latente. Pero, como lo muestra el comportamiento reciente de los mercados financieros, incluso sin ajustes al alza de esta tasa, la perspectiva de tasas de interés de largo plazo elevadas en Estados Unidos por un periodo prolongado se ha fortalecido. Y lo acontecido en las últimas semanas no deja lugar a dudas sobre la sensibilidad de la paridad peso-dólar al diferencial, observado o esperado, entre las tasas de interés mexicanas y las estadounidenses.

En suma, el escenario que proyectan los analistas descansa en una serie de supuestos que no será fácil ver concretados. La pregunta clave es si, a la vista de los riesgos descritos, será factible para el Banco de México bajar la tasa de interés de política monetaria antes de junio de 2024. No obstante las limitantes que impone un entorno tan incierto, me atrevo a pensar que, con un banco central independiente como el nuestro, la probabilidad de que la respuesta a esta pregunta sea negativa es alta.

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