En su más reciente análisis sobre la situación económica mundial y sus perspectivas, el Fondo Monetario Internacional (FMI) presenta un tono marcadamente pesimista para la posible evolución tanto del crecimiento económico como de la inflación global.
¿Cuáles son los principales elementos? Un nuevo ajuste a la baja de las proyecciones de crecimiento para 2023, acompañado de la expectativa de que más de un tercio de la economía mundial se contraiga este año o el siguiente. Para empeorar las cosas, el Fondo considera que estas proyecciones enfrentan riesgos a la baja inusualmente elevados y que lo peor todavía está por verse.
En materia de inflación, la perspectiva no es precisamente reconfortante. El FMI espera que la inflación global alcance su punto máximo este año, pero que se mantenga elevada durante un periodo mayor del previamente anticipado. Adicionalmente, aunque se observan algunos indicios positivos, a juicio del organismo, en la actualidad esta sigue siendo la principal amenaza para la economía mundial y los riesgos son considerables, por la posibilidad tanto de choques adicionales como de errores de política.
Mi primera reflexión. Me temo que aun este desolador panorama es optimista. Al respecto, simplemente vale la pena ver los principales supuestos en los que descansan las proyecciones del Fondo: no habrá reducciones adicionales importantes del flujo de gas de Rusia al resto de Europa; las expectativas de inflación de largo plazo se mantendrán estables; y no se observará una recesión, entendida como una contracción generalizada de la actividad económica que se prolongue por más de algunos meses, en ninguna de las tres principales economías del mundo (Estados Unidos, China y la zona del euro), y no se presentarán ajustes desordenados en los mercados financieros internacionales. Me parece que, además de un manejo económico impecable, necesitaríamos de una dosis elevada de buena suerte para que estos supuestos se materializaran.
Segunda reflexión. En general, los principales factores explicativos de las dificultades actuales en la economía mundial son bien conocidos: una combinación de choques de oferta propiciados por la pandemia y la guerra en Ucrania, que han incrementado los precios de los alimentos y las materias primas, y han afectado las cadenas globales de suministro. Se ha destacado también, con razón, una respuesta inicial insuficiente de la política monetaria, ante la expectativa de que las presiones inflacionarias serían transitorias. ¿El resultado? Un incremento aun más fuerte de las tasas de interés, sobre todo en Estados Unidos, que amenaza la estabilidad financiera global.
Sin embargo, creo que hasta ahora no se había puesto suficiente énfasis en la posibilidad de yerros en el manejo de la política fiscal, particularmente en las economías avanzadas. Al respecto, el documento del FMI destaca el fuerte estímulo fiscal implementado en algunos países (por ejemplo, paquetes de gasto público en respuesta a la pandemia de más de 15% del PIB en Estados Unidos, Japón y el Reino Unido), en un entorno de severas afectaciones a la oferta y evaluaciones del grado de holgura en el mercado laboral de algunos países basados en indicadores inapropiados. Según el organismo, este desbalance entre oferta y demanda seguramente explica el que los errores en sus proyecciones de la inflación, especialmente durante 2021, se hayan concentrado en mayor medida en la inflación subyacente.
Con estas bases, y utilizando un análisis estadístico sencillo, el FMI concluye que las autoridades de estos países probablemente subestimaron el impacto de sus paquetes fiscales en la inflación. Puesto en términos llanos, la problemática global que estamos viviendo es resultado en parte, una vez más, de pifias en el manejo de las políticas monetaria y fiscal en las economías avanzadas.
Esto me lleva a una última reflexión. En el caso de México, en tanto que la política monetaria ha sido cuestionada por motivos similares a los antes señalados, en el caso de la política fiscal las críticas se han originado por el motivo contrario al destacado para las economías avanzadas, es decir, por su modesta respuesta al impacto de la pandemia. Es cierto que esto explica en buena medida el que la recuperación económica en México haya sido más lenta que en otras economías emergentes. Sin embargo, me parece que la alternativa habría sido aun peor. Para empezar, aunque el tamaño de la deuda pública es razonable, las finanzas públicas en México son frágiles. Por tanto, una respuesta fiscal más agresiva seguramente habría dado lugar al riesgo de pérdida del grado de inversión para la deuda soberana y sus repercusiones. Además, considerando el historial reciente en la asignación de las erogaciones gubernamentales, ¿habría sido razonable abrir espacios para un gasto público adicional de varios puntos porcentuales del PIB? Francamente lo dudo.
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