Entre las creaciones, el jardín, que está en el Génesis y procede del desierto, no deja de deparar sugerencias imaginativas, hallazgos, asombros, remembranzas, evocaciones.

Jean-Henri Fabre, refiere Manuel Martínez Báez, vivió más de 35 años sin salir de un hamas en la aldea de Seriñán, a ocho kilómetros de Orange, como llaman en la lengua local a “un pedazo de tierra abandonado, pedregoso, landa estéril, terreno maldito, pero favorable para las plantas silvestres, tomillo, espliego, centauras, amadas por los himenópteros que pensaba estudiar, lo cual podría hacer a su antojo, libre de las intromisiones de los transeúntes o de curiosos indiscretos”. De ahí proceden muchos de sus Recuerdos entomológicos.

Como el hamas en el que Fabre pudo detenerse largamente a examinar obsesivamente los insectos que lo habitaban, los jardines también están hechos de una fauna propia, a veces peculiar, que puede definirlos. Chapultepec, por ejemplo, debe su nombre a uno de sus habitantes: el chapulín, que propició diversas representaciones religiosamente plásticas entre los antiguos mexicanos. El hamas de Fabre, sin embargo, creció a la manera silvestre y aunque el jardín siempre se rebela, suele adoptar la forma que les impone el ser humano, que con frecuencia cree que es una invención suya y que en no raras ocasiones implanta en él especies que no le son naturales. Ese artificio ha devenido esos muestrarios vivos, fascinantes, gratos, ejemplares que son los jardines botánicos. Quizá ese principio derivó en la idea de introducir asimismo una fauna en el jardín para volverlo también zoológico.

Hacia 1911, el capitán Stanley Flower, director de los jardines zoológicos de Giza, El Cairo, según el volumen XXVIII de la décimo primera edición de The Encyclopaedia Britannica, sostenía que los “antiguos egipcios mantenían en cautiverio a varias especies de animales, pero el primer jardín zoológico del que hay conocimiento riguroso, se creó en China bajo el primer emperador de la dinastía Chou, que reinó hacia 1100 d. C. Se llamó el ‘parque inteligente’ y al parecer tenía un objetivo científico y educativo”. La enciclopedia advierte asimismo que “en el Nuevo Mundo, según Prescott, el rey Nezahualcoyotl tenía jardines zoológicos en Tezcuco; en México, a mediados del siglo 15, al tiempo que Cortés descubría aviarios y estanques en Iztapalapan, Moctezzuma II, emperador de México al principio del siglo 16, mantenía colecciones abundantes de animales en jardines de la capital”.

María de la Luz Moreno y Manuel Alberto Torres refieren que “en 1459, cuando ocurrió la gran hambruna que asoló al gobierno de Moctezuma I o Ilhuicamina, se edificaron templos en la cumbre del cerro. Posteriormente, ese mismo gobernante y Nezahualcoyotl (rey de Texcoco) construyeron en Chapultepec sitios de descanso para disfrutar de la tranquilidad que brindaba este paraje, de la misma manera en que se hiciera en Tetzcotzingo y Huaxtepec. En el jardín de Chapultepec se edificaron construcciones para alojar a los gobernantes, entre ellas un pequeño palacio al oriente del cerro. Para realizar festividades a los dioses, como la panquetzaliztli, dedicada a Huitzilopochtli, en el bosque se crearon calzadas, escaleras y caminos bordeados de ahuehuetes y otras plantas de ornato, como rosales y nochebuenas. Además, se construyó el primer zoológico”

Existen historias que no dejan de regresar; la del zoológico de Moctezuma en Chapultepec puede ser una de ellas. Hay quien sostiene que se preserva en distintas lenguas, algunas de ellas secretas, que su fantasma prevalece en el bosque y se manifiesta también en sonidos naturalmente fieros, que no deja de transformarse y ha sido tangible en distintos tiempos; algo de su presencia puede adivinarse en el zoológico que en estos días celebra su centenario; en el que abundan, sobre todo, seres humanos.

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