“El 1 de enero de 1947 el Times anuncia que los británicos no pueden confiar en sus relojes”, escribió Elisabeth Asbrink en la primera página de 1947. El año en que todo empezó, que editó Turner en 2018 traducido por Mónica Corral y Martin Lexell. “Para estar completamente seguros de que es la hora que se supone, deben escuchar la BBC, que emitirá boletines adicionales informando de la hora que en realidad es. Los relojes eléctricos se ven afectados por los frecuentes cortes de luz, pero también hay que revisar los relojes mecánicos. Quizá se deba al frío. Quizá la situación mejore”.

Entre ruinas, en Europa “quienes han sobrevivido apenas empiezan a contar a sus muertos. Muchos regresan a su tierra en busca del hogar y lo encuentran, otros van a cualquier parte excepto al lugar de donde vienen”. Se acecha en busca de agua y comida y refugio y “al finalizar la guerra, todos buscan relojes de pulsera; los roban, los esconden, los olvidan o los pierden. La hora sigue estando poco clara. Cuando el reloj marca las ocho de la tarde en Berlín, son las siete en Dresde, pero las nueve en Bremen. En la zona rusa van con la zona rusa, mientras que los británicos implantan el horario de verano en su parte de Alemania. Si alguno pregunta qué hora es, la mayoría responde que ha desaparecido”.

En uno de esos días y noches de tiempo incierto, en uno de esos días marcado como el martes 18 de febrero en los calendarios, cinco días después de que Christian Dior ha presentado sus creaciones de haute couture en un desfile en el edificio de tres pisos en el número 30 de la avenida Montaigne de París, refiere Asbrink, “los británicos comunican que dejan el futuro de Palestina en manos de la ONU, sin ninguna recomendación”. Sostiene que “unos meses antes la Liga Árabe habían pensado proponer lo mismo —endilgarle el problema a la ONU—, pero ahora la actuación de los británicos despierta protestas airadas”.

Dos días después, el primer ministro británico Clement Atlee notifica que los británicos conceden la independencia a India. “El viernes 11 de febrero se informa a los americanos que Gran Bretaña ya no seguirá apoyando a Grecia y a Turquía.

“El Imperio se resquebraja”.

Algunas palabras que no han dejado de perseverar, empiezan a propagarse en ese año clave para Asbrink. Un millonario norteamericano y asesor presidencial, Bernard Baruch, en un discurso “que otra persona ha escrito”, según Asbrink, que pronunció bajo su retrato, sostuvo: “No nos engañemos. Nos hallamos en mitad de una guerra fría”. Esas palabras proceden de “un ensayo sobre la bomba atómica, escrito en 1945 por George Orwell”, que en 1947 se encuentra en la isla de Jura, en la Hébridas, en Escocia, donde escribe un libro que cifra en un año posible: 1984.

Un jurista polaco que vivía en el exilio, en los Estados Unidos de América, Raphael Lemkin, oyó el discurso del primer ministro británico Winston Churchill, que emitió la BBC en junio de 1941, dos días después del ataque maquinado por Hitler a la Unión Soviética, en el que advertía: “Presenciamos un crimen que carece de nombre”. En Axis Rule in Occupied Europe (El dominio del Eje en la Europa Ocupada), publicado en noviembre de 1944, a Lemkin le fue dada la palabra “genocidio”.

El hijo de un relojero egipcio, Hassan al-Banna, que ha emprendido una agrupación, los Hermanos Musulmanes, introduce una palabra que “ha estado sumida en un sueño milenario y ha caído en el olvido: yihad”.

Se habla de Objetos Voladores No Identificados.

Elisabeth Asbrink ha cifrado un devenir reciente de lo que llaman “historia” en 1947, cuando en las escuelas de Berlín no se impartían clases de historia. “No tiene que ver con la escasez de comida sino con el hecho de que las cuatro naciones de la alianza dirigente (Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña y Francia) no se ponen de acuerdo”.

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