Como le ocurre reiteradamente a escritores considerados “reconocidos” y acaso “famosos”, también Alfonso Reyes puede parecer un escritor secreto, aunque no ha dejado de tener lectores fieles, no pocos de los cuales han escrito con lucidez acerca de él, y que sin proponérselo, sin saberlo, han conformado una cofradía en la que se reconocen sin requerir de señales. Sospecho que Javier Garciadiego pertenece a ella.
En la presentación de su “ensayo biográfico sobre Alfonso Reyes”: Sólo puede sernos ajeno lo que ignoramos, editado por El Colegio Nacional y la Universidad Autónoma de Nuevo León, al anochecer del miércoles 19 de octubre pasado en la Capilla Alfonsina, Javier Garciadiego rememoró su iniciación como lector de Alfonso Reyes: su director de tesis, Gastón García Cantú, no convencido con algo de su trabajo para recibirse como historiador en la UNAM, le sugirió que releyera a Alfonso Reyes.
Aunque sé que es un buen lector también de literatura, en aquella velada muy grata con Adolfo Castañón, Víctor Díaz Arciniega, Alberto Enríquez Perea, Liliana Weinberg y Leticia Luna, Javier Garciadiego advirtió que no era un “crítico literario”; que era un historiador. No sólo por eso, su “ensayo biográfico sobre Alfonso Reyes” importa el de los tiempos en los que vivió.
A pesar de que se propuso no inmiscuirse en política, Alfonso Reyes, se sabe, era hijo de un porfirista prominente: Bernardo Reyes, que conjeturaba y sobre el que se conjeturaba que podía convertirse en sucesor de Porfirio Díaz, al que se le atribuía haber propiciado el desarrollo industrial y la prosperidad de Nuevo León, en el que convergían grupos políticos significativos, influyentes y poderosos, del que perdura la fotografía de su cadáver ante la puerta de Palacio Nacional, en la que se cifra la conspiración y el levantamiento del 9 de febrero de 1913 en contra del presidente Francisco I. Madero. Como lo señala Garciadiego, Alfonso Reyes practicaba la discreción, pero terminó por volverse una figura pública cuya curiosidad por diversas culturas de geografías varias importaba una visión adversa al nacionalismo revolucionario imperante y fue un diplomático relevante y uno de los creadores de instituciones propicias como la Casa de España que, es sabido, devino El Colegio de México y como El Colegio Nacional.
Javier Garciadiego no elude intimidades que puedan inducir a comprender el temperamento y el devenir de la biografía de Reyes, que puede asimismo deparar señales y dilucidaciones de su escritura, la cual puede conformar un rastro de su vida y sus circunstancias. Inexorablemente, el libro trata también de diversas manifestaciones culturales de México, Francia, España, Brasil, Argentina y no puede dejar de referir la historia de la amistad de Alfonso Reyes con Pedro Henríquez Ureña, con Julio Torri, con Martín Luis Guzmán, con Daniel Cosío Villegas. Puede considerarse también como la historia del lector Alfonso Reyes y como una historia de los lectores de Alfonso Reyes.
Sus alumnos, los que han asistido a sus pláticas y conferencias, sus redioescuchas saben que, como Alfonso Reyes, Javier Garciadiego es un conversador inagotable. Su “ensayo biográfico” es una conversación múltiple.
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