Algunas historias conducen al maíz; muchas historias convergen en el maíz; una historia que puede sospecharse infinita se cifra en el maíz: no deja de revelarse en códices varios, en El Libro del Consejo conocido como Popol Vuh, en imágenes atávicas conservadas en muros y construcciones antiguos, en relatos orales que se recrean consuetudinariamente, en remembranzas, en el ciclo reiterado de su cultivo y lo que sigue derivándose asombrosamente de su grano.

Quizá el maíz creó al hombre en Mesoamérica para preservarse, y el hombre no ha dejado de de contribuír a su creación incesante, pues, como lo refiere Enrique Vela en el número 98 de la revista Arqueología mexicana (agosto de 2021), “el hecho de que los granos no se desprendan solos de la mazorca hace de la reproducción de la planta un aspecto que depende de la intervención del hombre, quien debe sembrarla en el suelo y vigilar y procurar su crecimiento”.

Entre las historias que se derivan del maíz, no pocas ocurren en Oaxaca. Un devoto íntimo del maíz, Jonathan Barbieri, un pintor cuya obra no se halla en galerías porque mercaderes al uso y compradores propensos a la moda creen que no se parece a eso que llaman “pintura oaxaqueña”, aunque el año pasado sostuvo una retrospectiva de sus cuadros en el Museo de los Pintores Oaxaqueños, conocido como MUPO, se ha relacionado de diversas formas con esa planta mítica, con su cultivo y la tierra de la que surge, con la comunidad que propicia, con su creación incesante que también puede deparar whiskey.

En cuadros varios, en un libro, en relatos, Jonathan Barbieri ha recreado la Pierde Almas, un lugar pictórico, gráfico, mítico, posible sólo en Oaxaca, en el que convergen personajes, objetos, animales fantásticos, un perro cantinero, circunstancias que puede adivinarse que proceden del mezcal; puede adivinarse asimismo que de ahí procede también el mezcal Pierde Almas que Jonathan Barbieri concibió para que pudiéramos beberlo no sólo los que admiramos su pintura, su gráfica, sus invenciones, su sentido del humor sutil, su postura como creador y como persona.

Su fervor por el maíz lo ha inducido asimismo a crear, como maestro destilador, a manera de “tributo a los campesinos que han preservado los cultivos de especies nativas y antiguas”, Maíz Nation, un whiskey concebido con una “mezcla de maíces nativos provenientes de la Costa Oaxaqueña, Sierra Mixteca Alta, Chimantla Baja y Valles Centrales”: maíz Bolita, Chalqueño, Tepecintle y Olotillo.

Recientemente, con paciente y afanosa devoción, en pequeños alambiques de cobre, con los mismos maíces, ha hallado el que, sostiene, es el primer whiskey de centeno hecho en México, en el que, bebido con calma detenida y avisada, pueden distinguirse sabores sutiles de nuez moscada, vainilla, canela, cajeta.

Como la del maíz, la del whiskey es una historia secreta que a veces se revela en proverbios y relatos legendarios. Jonathan Barbieri ha conjuntado esas dos historias con sabiduría amorosa y el apuntalamiento de su esposa Yira. Ignoro si, como los antiguos mexicanos, recurrió a los granos de maíz como una forma de adivinación, de consuelo, de guía, pero conjeturo que en ellos ya se auguraban los hallazgos prodigiosos de Jonathan Barbieri.

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