Hay historias naturales que todavía pueden convertirse en noticia: un cometa, un eclipse, un volcán. Hace un par de semanas, el viernes 10 de mayo, Día de las Madres mexicano, voces que propaga la radiofonía anunciaron “Tormentas solares”. Advertían que no tenían nada que ver con la canícula, que llaman al uso “ola de calor”, pero no pudieron dejar de aludir a un mal que se conjuntaba con otros males con un clásico: “Lo que faltaba...” La televisión reiteró la noticia con imágenes de films de “divulgación de la ciencia” y los periódicos de la mañana la confirmaron en tinta y papel con fotografías de Auroras Boreales ocurridas perturbadoramente en lugares en los que no suelen suscitarse, como en el norte de México.
Científicos declararon que una Tormenta geomagnética, también llamada Tormenta solar “es un fenómeno que ocurre cuando el sol emite una gran cantidad de partículas cargadas y radiación electromagnética que interactúa con el campo magnético terrestre y la atmósfera superior de la Tierra”.
En el prólogo a La bóveda celeste de F. P. Dickson, H. Bondi reconoce que “la vida de un hombre de ciencia tiene muchas características admirables, pero existe un aspecto en el cual se siente grandemente limitado. No es consuelo saber que esta restricción nos la hemos impuesto nosotros mismos, y se halla en la forma en la que pueden tomar nuestras publicaciones. El documento científico es un vehículo razonablemente bueno para exponer en la forma más breve que se pueda idear algún paso adelante que haya logrado darse, pero hay demandas que, muy comprensiblemente, el director de cualquier revista seria hará a los artículos de ciencia: deben ser concisos y no contener digresiones”. Parecen persistir científicos que, no sin soberbia, pretenden reducir una asombrosa gota de agua a una combinación elemental de hidrógeno y oxígeno. Sospecho que desconocen que la historia del hidrógeno y el oxígeno y sus combinaciones posibles, que no son azarosas, hace que el asombro que puede producir una gota de agua, como la lluvia, deriva en otros asombros que pueden derivar en otros asombros...
El solo nombre de Tormentas solares resulta incitante y puede sugerir creaciones posibles: quizá Sor Juana Inés de la Cruz hubiera podido escribir un soneto como el que escribió bajo el influjo de la lectura de Exposición astronómica del cometa que el año 1680, noviembre y diciembre, y este año de 1681 por los mese de enero y febrero se ha visto en todo el mundo y le ha observado en Cádiz el padre Eusebio Francisco Kino, de la Compañía de Jesús, que era una respuesta al Manifiesto filosófico contra los cometas del imperio que tenían sobre los tímidos, que Carlos de Sigüenza y Góngora había escrito para apaciguar el desasosiego que la aparición de ese cometa había producido también a la virreina protectora de Sor Juana.
Con el nombre de Tormentas solares, quizá Ernst Jünger hubiera podido idear un libro peculiar, como le era dado, entre la experiencia interior y el devenir en las trincheras, entre El Soldado desconocido y El Trabajador, como En los Acantilados de Mármol y Visita a Godenholm, entre Heliópolis y Eumeswil.
Tormentas solares podría devenir lo que llaman “Ciencia ficción”, como la que ensayaron Stanislaw Lem y Andrei Tarkovski, aunque podría asimismo incitar películas mexicanas con cómicos albureros y mujeres provocadoras en la playa de Caleta, en Acapulco, y westerns violentos e historias en el desierto y films psicodélicos...
Obviamente también puede propiciar relatos de catástrofes y anuncios apocalípticos hasta como los que, con ingenio certero, se practica en tabloides que juegan al escándalo y al morbo, que no han dejado de alertar que las Tormentas solares pueden convertirse en Tormentas solares caníbales y “perturbar” satélites, “redes eléctricas y señales GPS”, lo cual, sospecho, aterra a muchos porque pueden quedarse sin “inteligencia artificial”.