Hay palabras que pueden desconcertar y despertar curiosidad al oírse en la calle, en el mercado, en las oficinas, en el banco, en la tienda, en la gasolinería, en el camión, en el Metro. Se trata quizá de palabras que se creeían de iniciados y que, de pronto, parecen volverse comunes y adquirir significados populares que no siempre coinciden con los que se entendería al oírlas, al leerlas, al pronunciarlas, al escribirlas; como “kafkiano”, cuyo rastro Gabriel Zaid ha revelado, en Mil palabras, con lucidez y rigor lúdicos. En esos lugares rutinarios, en circunstancias cotidianas, a veces, entre los que los frecuentan y habitan, puede oírse, aludiendo a un absurdo insólito, despreocupadamente, acaso con ironía socarrona, la palabra “surrealista”.
La vigésima edición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la remite a “superrealismo: Movimiento literario y artístico que intenta sobrepasar lo real impulsando con automatismo psíquico lo imaginario y lo irracional. André Brfeton, en 1924, fue el primer autor del primer manifiesto superrealista. Sucesivamente se ha ido aplicando la misma palabra para ampliarla a toda la literatura, el arte, el pensamiento o la acción de signo libremente irracional”.
El Diccionario del Uso del Español en México, editado por El Colegio de México, describe: “Surrealismo: Movimiento artístico definido por el francés André Breton, que preconiza el automatismo psíquico como medio para expresar el funcionamiento real del pensamiento sin ningún control de la razón e independiente de toda preocupación estética o moral. Su producción se caracteriza por una vocación libertaria sin límites y por una exaltación de la imaginación, de los procesos oníricos, de humor corrosivo y de la pasión erótica amour fou, utilizados como provocación o armas de lucha contra la tradición cultural burguesa y contra todas las formas represivas del orden moral establecido. Diversos críticos han encontrado que gran parte de la cerámica y otras artesanías mexicanas, lo mismo que la obra de José Guadalupe Posada y otros creadores populares son ubicables en esos movimientos. ‘Luis Buñuel en colaboración con Salvador Dalí creó la película Un perro andaluz, una de las obras más revolucionarias del surrealismo’, el surrealismo en la poesía”.
André Breton sostuvo, en una de las entrevistas radiofónicas que mantuvo con André Parnaud, que el origen del surrealismo puede hallarse hacia el final de la Primera Guerra Mundial, cuando se convirtió en asistente del doctor Raoul Leroy, en el centro psiquiátrico del II ejército en Saint-Dizier. “A ese centro se enviaban los evacuados del frente que presentaban perturbaciones mentales (delirios agudos en su mayor parte) y, por otra parte, diversos delincuentes en espera de presentarse al Consejo de guerra, acerca de los cuales se había solicitado un informe médico-legal”. Recordaba que “fue allí —aun cuando estuviere muy lejos de tener curso— donde pude experimentar sobre los enfermos los procedimientos de investigación del psicoanálisis, particularmente la anotación, para su posterior interpretación de los sueños y de las asociaciones incontrolables de ideas. Puede observarse, ya desde ahora, que estos sueños y asociaciones habrían de constituir el principio, casi todo el material surrealista”.
El surrealismo también importó una provocación que no prescindía de teatralidad, del escándalo y que pretendía propugnar libertad. Sin embargo, paradójicamente imponía directrices con rigor judicial. Diversos escritores, pintores, escultores, músicos, cinematografistas, diletantes convergieron bajo ese nombre. Algunos lo derivaron en creaciones personales. No pocos todavía procuran emularlos y la palabra “surrealista” no deja de adoptar otros significados...