Como pueden demostrarlo las pinturas en las cuevas de Altamira, de Lascaux, de Baja California, la representación de plantas y animales concebida por el homo sapiens es ancestral y acaso importan un culto antiguo. Diversas religiones y mitologías persisten como más que un vestigio de ese culto que ha advertido que las estrellas en el ecuador celeste conforman un bestiario. Entre los animales de esas pinturas, de esas religiones, de esas mitologías, de ese bestiario sideral, el toro no parece el que menos fascinación e inquietud despierta ni el menos misterioso.
En Bajo el signo del toro, Guido Cossard considera muy probable que la constelación de Tauro “sea la más antigua reconocida”. A ella pertenecen el cúmulo de Las Pléyades y el de las Híades. “La evidencia más antigua de Tauro está presente en las tablas de arcilla sobre las que los sumerios registraron la epopeya de Gilgamesh durante una de las empresas más importantes: había matado al Toro Celeste”.
Hacia 1611, don Sebastián de Cobarruvias describió al toro como “animal conocido y feroz, siendo irritado; en algunas partes donde son menos bravos que en Castilla, aran con ellos” y cita el libro primero de las Geórgicas de Virgilio acotando: “si no es que allí se tome el toro por el buey fuerte y corpulento. Díxose toro del nombre latino taurus”. Sostiene que “los españoles son apasionados por el correr de los toros, y frisa mucho con los juegos theatrales de los romanos, en los quales lidiavan diversas fieras en sus amphiteatros, y entrre las demás los toros, como consta en Marcial. Echaron con el rinoceronte un toro, y dize que le venteó en alto como si fuera dominguillo de paja. (...) Y por esto sospecho que los romanos introduxeron el correr los toros en España. Fray Gerónymo Romano, lib. 10 de la República Gentilica, cap.6, trata del correr de los toros y dize aver dado principio a este juego los romanos, reynando Tarquino el sobervio, de opinión de Pedro Mexía. El primero que los introduxo en Roma fué Julio César y que lo tomaron dél los griegos, que muchos tiempos atrás lidiaron toros en sus amphiteatros.”
Esa forma de culto al toro no ha dejado de perseverar y rehacerse consuetudinariamente en la labor paciente y ardua, rigurosa y callada, obsesiva y cautivadora, hecha de tiempo, amenazada por el azar y peculiarmente amorosa que es la crianza de lo que se conoce como “toro bravo”. Su cría requiere de la preservación de algo de la naturaleza que llaman “campo bravo”.
“Ante todo, el toro bravo es un toro que embiste”, decía con naturalidad José Bergamín, “y que esto lo sabe hacer el toro, según don Ramón del Valle-Inclán, hace miles de años. Es indudable que si los toros no embistieran no habría toreo posible y que todo el arte de torear no hubiera existido”.
De la tauromaquia se han derivado maneras pictóricas y escultóricas varias, una literatura, una arquitectura, géneros musicales. Bergamín sostenía que “el arte mágico y prodigioso de torear tiene también su música (por dentro y por fuera) y es lo mejor que tiene. Música para los ojos del alma y para el oído del corazón; que es el tercer oído del que nos habló Nietzsche: el que escucha las armonías superiores”. Luego de rememorar el verso de Lope: “la música en el aire se aposenta”, la nombra “musica callada, sonora soledad”.
Juan García Ponce refiere que Georges Bataille, en su estudio de las Cuevas de Lascaux, hace coincidir el nacimiento del arte con el nacimiento del hombre. La pintura, creía García Ponce, incita a la mirada; “ ‘abrir los ojos’”, escribió, “puede también interpretarse metafóricamente en el sentido que lejos ya de la realidad del mundo que lo rodea y en muchas ocasiones apartado de él por el momento de la historia hasta el punto de estar, en nuestro tiempo, muy cerca de convertirse en un extraño en el mundo cuando más cree haberlo dominado por medio de la técnica, ‘abrir los ojos’ puede considerarse como una exigencia impuesta al pensamiento y la sensibilidad para recuperar el mundo a través del arte. Legítimamente, entonces, la pintura puede considerarse como ese despliegue de imágenes colocado fuera del tiempo en el que se halla encerrada una suerte de historia de la humanidad que nos entrega la verdad de lo humano. Desde los bisontes en las Cuevas de Lascaux hasta los toros en los cuadros de Picasso”.