A pesar de que impedía que sus alumnos tomáramos apuntes porque sostenía insistentemente que “esta clase no sirve para nada”, algo de los cursos de Salvador Elizondo perdura en su escritura, en conversaciones, en anécdotas, en complicidades, acaso en una mitología subrepticia.

Paulina Lavista ha recordado recientemente en EL UNIVERSAL que Elizondo empezó a impartir clases en la UNAM, en la Escuela de Cursos Temporales (antes Escuela de Verano) en 1968, invitado por su director: Raúl Ortiz y Ortiz, traductor de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, hombre agudo, sagaz, hospitalario.

Al emprender su tarea como profesor de la clase “Poesía Moderna y Contemporánea de México”, tropezó con un sinnúmero de dificultades, pues no existía un programa del desarrollo de dicha materia y el nombre de la misma me pareció, entonces, bastante ambiguo para poder precisar, de una manera definitiva, los puntos que deberían estudiarse en dicho curso. A esto agréguese, destinado a alumnos extranjeros, el estudio de nuestra poesía moderna se veía dificultado por el hecho de que un conocimiento de la lengua corriente no basta casi nunca para penetrar en la selva selvaggia del lenguaje poético”. Por eso, entre otras cosas, ideó una antología didáctica hecha de otras antologías concebidas con criterios varios derivados de “definiciones diferentes y aun contradictorios de la poesía”. Consideró que “no importa cuán divergentes sean los puntos de vista de los antólogos, si concuerdan en la elección de un mismo poema, podemos estar seguros de que alguna virtud tendrá”. Esa antología es Museo poético, editada por la UNAM en 1974 y reeditada por Aldus en 2002.

Hacia 1986, Elizondo todavía impartía ese curso en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y se guiaba por esa antología, de la que leía poemas, que luego comentaba, de los sucesivos poetas de los que hablaba con lucidez y erudición peculiares semanalmente; uno de esos poetas era naturalmente José Gorostiza.

Elizondo sabía que “un poema como Muerte sin fin no se puede comentar; presentarlo equivale a crear un equívoco en la esperanza de los que no lo conocen y a una necedad en el recuerdo de quienes ya lo han leído o escuchado alguna vez. Proponer algún significado para el poema sería tanto como proponer un atajo hacia un centro poético prácticamente inaccesible a las operaciones de la inteligencia, por así decirlo. Perdería mucho la verdadera condición del poema si pudiera ser reducido a una escueta fórmula inteligible”, pero se detenía con fascinación en el proceso de la concepción y escritura de ese poema, desde el rastro que importa “Del poema frustrado” hasta la forma en el que lo fue escribiendo en seis meses en una oficina de la Secretaría de Relaciones Exteriores, “como se construye una casa: primero hizo los ladrillos y luego los dispuso según un plan; primero escribió las partes del poema, los poemas de que está hecho el poema, y luego los conjuntó”.

Algunas fotografías de Paulina Lavista han preservado momentos de la entrevista que Salvador Elizondo mantuvo con José Gorostiza el martes 3 de marzo de 1970. Una de ellas la publicó EL UNIVERSAL el viernes 11 de julio de 2014 en su columna Pie de foto. Recordaba que la familia de Gorostiza le pidió “que fuera discreta porque a Gorostiza no le gustaban las fotografías” y reprodujo lo que ese día Salvador Elizondo escribió en su Cuaderno de diario: que había sido “una entrevista tremendamente interesante”, que “dice Gorostiza que Muerte sin fin es ‘una construcción’. Hablando de la labor del poeta dijo: ‘lo que hacemos usted y yo’”.

José Gorostiza se murió el domingo 16 de marzo de 1973; hace 50 años. Un par de semanas despúés, en abril, Salvador Elizondo publicó en Plural un texto sobre él que terminó conformando Teoría del Infierno.

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