Pero ahora la lluvia es del año antiguo, es

el coche en el zaguán o el médico a caballo por

el campo nocturno

Fina García Marruz

Hay escritores que no dejan de revelarse, que no dejan de deparar descubrimientos y asombros, que pueden propiciar una mitología no siempre literaria, que incitan a la relectura, a la busca de textos desconocidos, perdidos en librerías de viejo, en revistas inverosímiles, entre las noticias de un periódico anacrónico, en conjeturas acerca de algún inédito, de algún manuscrito posible que deviene historias y anécdotas; escritores cuyo nombre se pronuncia como una evocación sugerente y puede cifrar complicidades no sólo literarias; el de Fina García Marruz es uno de ellos.

Josefina de Diego recuerda que publicó su primer libro; Poemas, en 1942, editado por Úcar García en La Habana, Transfiguración de Jesús en el Monte, avalado por Ediciones Orígenes en 1947, y Las miradas perdidas, impreso por Úcar García en 1951. “Pasaron diecinueve años para que volviera a publicar poesía”, refiere Josefina de Diego, “Visitaciones (La Habana, Ediciones Unión, 1970), no porque hubiera abandonado la escritura, sino porque a diferencia de muchos autores, para ello, eso no era relevante. El libro impreso que, por supuesto, la alegraba, era de segunda importancia”.

En 1993, Josefina de Diego publicó El reino del abuelo, editado por el Equilibrista, en el que algunos descubrimos a una escritora secreta, sutil, cuya escritura, su ironía afectuosamente cómplice no se imponen sobre la memoria , no la trastoca, sino que la invoca conmovedoramente. Con devoción y rigor, se ha dedicado a ordenar y preservar y editar papeles de su padre; Eliseo Diego, y de su familia, cuya historia ha devenido otro libro suyo: ¿Y ya no tocan valses de Strauss?, publicado el año pasado, en el que, entre otros entrecruces, se refiere a un manuscrito de su tía Fina García Marruz, que halló entre esos papeles: Pequeñas memorias, que acaban de publicar la Universidad Veracruzana y El Equilibrista, editado por Lourdes Cairo Montero con presentación y notas de Josefina de Diego.

“No he escrito nada de esto pensando en publicarlo”, advierte Fina García Marruz en la primera hoja del manuscrito, “deseando publicarlo secretamente, al menos, más tarde. No quiero que nadie lo haga tampoco en mi lugar”.

Josefina de Diego, sin embargo, considera que Fina García Marruz “explica que no desea publicarlo por el momento, aunque reconoce que sí quiere hacerlo más adelante. Reprodujo un fragmento en una revista cuando recibió la trístisima noticia de la muerte de su gran amigo Gastón Baquero —quien en 1959, se radicó en España y nunca más lo volvería a ver—, y ya unos años antes de su muerte, decidió revisar lo escrito obviamente con la clara intención de darlo a conocer”. No pocos le agradecemos a Josefina de Diego y a Diego García Elío que lo hayan publicado.

Como lo recuerda Josefina de Diego, Fina García Marruz murió el año pasado y hubiera cumplido 100 años el 28 de abril pasado. Tenía 32 años cuando inscribió la combinación numérica del año de 1955 en su manuscrito. Era una mujer asombrosa que descubría asombros consuetudinariamente, que parecía acostumbrar iluminaciones a veces inquietantes, que, sin afectaciones, no podía dejar de revelar una literatura íntima en el devenir cotidiano y esa literatura puede inducir a adivinar una mujer peculiar, insólita, que se creía simple, que se sabía simple.

“Escribo, sobre todo, para recordar yo misma”, confesó en el aviso a sus Pequeñas memorias, “en los raros días que me ha sido posible respetar el avance olvidado del tiempo, sentir una lentitud o una rapidez idénticas, sin alterar o suplantar sus pesos. No caeré en la fea moda de narrar miserias que a nadie faltan. Estos son algunos recuerdos a los que uno vuelve como a su pequeña dicha, cuando todo cierra un poco en torno”.

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