“La historiografía fue la labor intelectual más copiosa y de más subidos quilates en la Nueva España”, escribió don Luis Gonzálezy González en Modales de la cultura mexicana. “Una parte notoria de esa tarea la constituyen las cartas y las relaciones de la conquista. Sólo una mínima porción es producto del resentimiento criollo. Otra parte fue hecha por los cronistas de Indias y los funcionarios del rey y estuvo al servicio de los intereses de la Corona. Las mejores tajadas de aquella formidable empresa intelectual, la gran mayoría de las obras históricas del siglo XVI neoespañol fueron historias al servicio de la cristiandad, no para servir al imperio sin ocaso, y menos para consolidar la nación hecha por los conquistadores Cortés, Guzmán y los Montejo y aclamada como suya por los criollos. En la lucha entre la Corona, los frailes y los hijos de los conquistadores por la posesión del pasado de la Nueva España, ganan los frailes. Éstos, al revés de la gente de la conquista, no se contentan con la hechura de autopanegíricos, crónicas e informes ni sólo refieren lo que hicieron, vieron y padecieron. Los frailes historiadores acopian, critican e interpretan fuentes históricas, van más allá de lo autobiográfico, escriben historia —aunque no historia desinteresada. Todos buscan en el conocimiento del pasado el provecho para la evangelización presente y futura”.

Advierte asimismo que “la escuela misionera alcanzó y vigiló la corriente historiográfica india, y los historiadores indios como Fernando Tezozomoc, Diego Muñoz, Cristóbal del Castillo, el autor del Códice Xolotl, Pablo Nazareo, Alonso Vegerano, no sólo escribieron historias para esclarecer la grandeza de donde provenían, sino también para contribuir a las tareas de los evangelizadores”.

Con una lucidez natural, una erudición amable, una claridad y una simpleza asombrosas, en La historia de Dios en Las Indias, que importa, entre muchas otras cosas, una historia de la historia y del fin de la historia, doña Elsa Cecilia Frost reconoce que “no deja de sorprender que, meses antes de la caída de Tenochtitlan, los frailes menores se dispusieran ya para una misión evangelizadora a las nuevas tierras. Cuando menos esto es lo que se deduce de la fecha de la bula que que dos prominentes franciscanos lograron de León X: 25 de abril de 1521”.

Aunque algunos frailes franciscanos ya se habían aventurado en estas tierras, la primera misión franciscana a la Nueva España se formó en 1523. San Francisco, refiere, “esperó a tener doce compañeros para iniciar ‘la publicación de la vida evangélica’ porque ése fue ‘el número que Cristo tomó en su compañía para hacer la conversión del mundo’, así fray Francisco de los Ángeles (ministro general de los franciscanos) formó la misión con doce frailes”, los cuales desembarcaron hace 500 años, el 13 o 14 de mayo de 1524 en Úlua.

“Una vez en la capital de la Nueva España dieron un paso que, según se vea, puede ser enteramente lógico o, por el contrario, algo tan insensato que sólo un milagro podía darle buen fin. Lo que hicieron, como se sabe, fue pedir a Cortés que les reuniera a los principales y sacerdotes de los indios para tener una plática con ellos”.

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