En el origen de Roma también se halla la derrota. En el proemio de la Eneida, recuerda Javier de Echave-Sustaeta en su traducción publicada por Gredos, que omitieron sus primeros editores Vario y Tuca, en versos que no figuran en los manuscritos anteriores al siglo IX, Virgilio hubiera revelado que se propone cantar
las armas horrendas del dios Marte
y al héroe que forzado al destierro por el hado
fue el primero que desde la ribera de Troya arribó a Italia.
Un par de versos después alude a la fundación de Lavinio por Eneas, a la de Alba Longa por Ascanio y a la de Roma por Rómulo y Remo:
Mucho sufrió en la guerra antes de que fundase la ciudad
y asentóse en el Lacio sus Penates, de donde viene la nación latina
y la nobleza de Alba y los baluartes de la excelsa Roma
Virgilio adivinaba que habían sido troyanos derrotados, prófugos, errantes, asediados por la diosa Juno, que habían perdido su ciudad, quienes propiciaron la creación de Roma. “Vamos encaminándonos al Lacio”, revela que pudo haber dicho Eneas luego de un naufragio,
a allá donde los hados nos deparan
un albergue seguro. Allí el reino de Troya podrá surgir de nuevo.
Al conjeturar “si el jefe de una plaza sitiada debe o no salir a parlamentar”, Michel de Montaigne recuerda que “Lucio Marcio, legado de los romanos en la guerra contra Perseo, rey de Macedonia, queriendo ganar el tiempo de que había menester para organizar su ejército, aparentó desear llegar a un acuerdo; el rey distraído, le concedió algunos días de tregua, facilitando así a su enemigo recursos, oportunidad y tiempo para apercibirse mejor a la lucha, con lo cual encontró su ruina”.
Refiere que el senado romano reprobó la argucia, pues consideraba que se debía combatir frente a frente, “en oposición a la sutileza griega y a la astucia púnica, según las cuales vencer por la fuerza era menos glorioso que vencer por el engaño”.
A pesar de que Eliseo Diego sostenía que “saber retirarse es de grandes generales”, en De la guerra, Carl von Clausewitz, que advierte que “la suspensión y la inactividad serán evidentemente la condición natural del ejército en medio de la guerra y la acción constituirá la excepción”, no se detuvo a examinar las formas posibles de la retirada.
También el regreso de tropas victoriosas puede volverse un derrotero. En el principio de la Odisea, después de Troya, en la “versión rítmica” de Pedro C. Tapia Zúñiga publicada por la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana de la UNAM, se evoca que
todos los otros que escaparon de la áspera muerte
estaban en casa, ya libres del mar y la guerra.
Sin embargo, el que “a su mujer y su casa deseaba”, el “deiforme” Odiseo
sufrió en su alma muchos dolores dentro del ponto,
aferrado a su vida y al retorno de sus compañeros.
Mas ni así salvó a sus compañeros, aunque eso deseaba,
pues perecieron a causa de sus propias locuras.
Odiseo y su regreso a Itaca, se sabe, no ha dejado de transmigrar en la literatura.
Relatos policiales también han preservado la historia posible de un sobreviviente de la segunda guerra de Afganistán; me refiero al doctor en medicina John H. Watson, que había sido médico cirujano ayudante del 5º de Fusileros de Northumberland y al que el escocés Arthur Conan Doyle le atribuye la narración de Estudio en escarla, la primera historia conocida de Sherlock Holmes.