Arnaldo Coen es un observador natural, agudo, curioso, por lo que resulta un contemplador propicio de pintura. Su visión compulsiva de la obra de pintores varios, su disposición atenta, su entendimiento prodigioso, lo ha inducido en no pocas ocasiones a crear lúdicamente cuadros personales cuyo origen puede hallarse en cuadros de algunos de esos pintores que admira de manera confesa. No se trata de burdas imitaciones, de recreaciones acaso acertadas, de derivaciones quizá imaginativas. Arnaldo Coen no esconde su juego; su juego es no esconderlo. Sabe que después de las pinturas en cuevas de Lascaux, Altamira, San Francisco, Baja California, la pintura procede de quien la ha visto; la que no deja de crear también está hecha de ciertos pintores, de ciertas obras, de un azar que no oculta, que incorpora a sus hallazgos y creaciones de manera inexorablemente personal. “¿A quién klees que se parece?” pregunta ante uno de sus cuadros ejemplares: Los sentidos se abren. No deja de ansiar que sus invenciones derivadas de las batallas de Paolo Ucello se expongan con aquellas de las que proceden, que espera que quienes se detienen en una de sus obras recientes descubran en ella un tránsito de la ola de Hokusai.

“El juego es más viejo que la cultura”, escribió Johan Huizinga hacia 1938. En Homo ludens consideraba que “la designación de homo sapiens no convenía tanto a nuestra especie como se había creído en un principio porque, a fin de cuentas, no somos tan razonables como gustaba de creer el siglo XVIII en su ingenuo optimismo”, y a pesar de que los animales también juegan, creía que “homo ludens, el hombre que juega, expresa una función tan esencial como la de fabricar y merece, por lo tanto, ocupar su lugar junto al de homo faber”. Sostenía que el origen de la cultura se halla en el juego.

Arnaldo Coen es un jugador creativo. Con rigor y sentido del humor inteligente ensaya ritos y formas, idea convenciones y transgresiones, imagina provocaciones y conmociones, cultiva obsesiones y practica variaciones y derivaciones y perversiones, encuentra objetos que su mirada convierte en creaciones íntimas, la busca de formas le depara hallazgos que lo conducen a la busca de formas.

Comprende que el juego incita a la complicidad, por lo que la indaga en quienes se detienen a contemplar sus obras hasta invitarlos tramposamente, como en Trans/mutaciones, la serie de cubos concéntricos en 16 láminas: “¡Crea una composición propia! Manipula las láminas y dales un nuevo orden”.

La complicidad que propicia el juego lo ha inducido asimismo a conjuntarse en invenciones varias con, entre otros, sus hermanos Arístides y Amilcar, con Pilar Pellicer, con Octavio Paz, con el músico Mario Lavista, con el arquitecto Eduardo Terrazas, con los inverosímiles Gelsen Gas y Juan José Gurrola.

Como puede descubrirse en su exposición retrospectiva Reflejo de lo invisible, que se celebra en el Museo de Arte Moderno de Chapultepec hasta el 17 de septiembre, el juego, que puede encubrir el I Ching, le ha deparado el cultivo de su obsesión ineludible: “La ciencia de la pintura”, que, según Leonardo da Vinci, “comprende todos los colores de la superficie y las figuras de los cuerpos que con ellos se revisten, y su proximidad y lejanía, según proporción entre las diversas disminuciones y las diversas distancias. Esta ciencia es madre de la perspectiva, esto es, de la ciencia de las líneas de visión”.

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