Javier García-Galiano

Historia íntima del destierro

Inexorablemente, las mitologías que se derivaban de María Luisa Elío se entrecruzan y conforman otras mitologías que, a su vez, conformaban las suyas

Historia íntima del destierro
16/03/2023 |03:00
Redacción El Universal
Periodista de EL UNIVERSALVer perfil

Un nombre puede asimismo sugerir una mitología no exenta de leyendas que pueden parecer secretas, que lo pronuncian con veneración algunos iniciados. Uno de esos nombres puede ser el de María Luisa Elío, que no podía prescindir de la belleza, de la elegancia y maneras educadas, de un sentido del humor íntimamente peculiar, que se convertía en una forma de oráculo, que poseía la sabiduría de una iluminada, que con naturalidad no dejaba de deparar frases prodigiosas, historias en las que incide inquietantemente el tiempo, asombros infinitos...

En realidad el recuerdo de uno es lo verdadero. 
El recuerdo no es algo que uno inventa o cambia, 
es algo mucho más exacto que la realidad, 
dispuesta a ser cambiada


María Luisa Elío

Entre los indicios de su existencia no parecen los menos reveladores un retrato al óleo de Juan Soriano y las dedicatorias de textos, poemas, libros de Fina García Marruz, de Eliseo Diego y, por supuesto, de Jomí García Ascot . Gabriel García Márquez confesó en “La novela de una novela” que entre los amigos que lo frecuentaban en el tiempo en el que escribía Cien años de soledad, “María Luisa Elío, con sus vértigos clarividentes, y Jomí García Ascot, su esposo, paralizado por su estupor poético, escuchaban mis relatos improvisados como señales cifrados de la Divina Providencia. Así que nunca tuve dudas, desde sus primeras visitas, para dedicarles el libro”.

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Inexorablemente, las mitologías que se derivaban de María Luisa Elío se entrecruzan y conforman otras mitologías que, a su vez, conformaban las suyas, como la de Seki Sano, con el que empezó “a estudiar teatro con el propósito, sobre todo, de ver si, siendo otra persona, no me enteraba de quién era yo”, como la de Poesía en Voz Alta, en cuyo Segundo programa se convirtió en El Mensajero de La hija de Rappaccini de Octavio Paz dirigida por Héctor Mendoza, como la de En el balcón vacío, el film que dirigió en 1961 Jomí García Ascot, que imaginó con Emilio García Riera incitado por textos de María Luisa Elío, que se convierte en uno de los personajes posibles de sí misma. Desde su rodaje trashumante del destierro en México, en esa película no dejan de converger muchas mitologías y no ha dejado de deparar mitologías.

Algo de lo que se sabía de María Luisa Elío, de lo que en una conversación sugería su nombre, adquirió forma de libro en un bello volumen de pasta dura color verde olivo concebido por Ediciones del Equilibrista en 1988 con textos preliminares de Salvador Elizondo y Álvaro Mutis: Tiempo de llorar. Siete años después, El Equilibrista editó Cuaderno de apuntes. Con una introducción de Aroa Moreno Durán , la UNAM acaba de editar un libro con esos dos libros y otro revelador, Voz de nadie, en la colección Vindictas: Tiempo de llorar y otros relatos.

Como parece imposible que no advierta cualquier lector, una obsesión dominaba a María Luisa Elío y animaba naturalmente su escritura: la memoria que no deja de invocar persistentemente los mismos recuerdos marcados por un acontecimiento aciago: la Guerra Civil en España y el destierro. No se detiene en esos hechos sobre los cuales no deja de escribirse, aunque resultan determinantes e ineludiblemente rememora algo de otra historia legendaria: la del tesoro de El Vita, del destino del Oro del Banco de España: es el recuerdo del miedo, de la incertidumbre, de la infancia, de un mundo perdido abruptamente; es el recuerdo compulsivo que la incita a regresar para comprender que “regresar es irse”.

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