“Desabrida llegada de la primavera creo”, escribió Salvador Elizondo “por la tarde 8 PM”, el martes 21 de marzo de 2006 en su último cuaderno de diario, el número 84, una semana antes de su muerte. “Se compone por la tarde. Plantamos las anémonas que trajo Pía. En mayo deben florecer. Nada nuevo aparte de eso”.

Muchas horas de muchos días de muchos meses de muchos años transcurrieron para Salvador Elizondo en lo que llamaba el “corredor” de su casa en Coyoacán, al que algunos, como Pepe de la Colina, consideraban la verandah de uno de los textos que conforman Camera lucida, donde bebía whisky y fumaba cigarros Delicados sin filtro y, mientras duraron, los efímeros Pacífico de tabaco de Nayarit, donde leía y escribía, había conversado con su abuela y con su madre, platicaba con su esposa Paulina Lavista, con sus hijas Mariana y Pía, con su hijo Pablo, con sus nietos, con sus amigos, donde se celebraban comidas con frecuencia memorables, donde se detenía largamente en la contemplación del jardín.

Entre los dibujos que se reproducen en la edición que hacia el 2000 concibió Aldus de la autobiografía que Elizondo calificó entonces de “precoz”, se halla el de una Jacaranda. Se trata de un árbol muy bello, alto, que desde una esquina predominaba con su follaje y, en primavera, con sus flores sobre su jardín. En un intento de novela difamatoria importa una de sus evidentes señas de identidad.

En ese dibujo también puede reconocerse el Orchideenbaum, la Orquídea hawaiana, cuyas semillas introdujo subrepticiamente su padre en un pañuelo y algo de las glicinas y anémonas que cultivaba con la complicidad de Paulina Lavista. Había asimismo alcatraces prodigiosos y, a la entrada de su estudio, un floripondio asombroso.

“Las etapas en la vida de un escritor”, escribió Salvador Elizondo en “Prólogo y dedicatoria” de NeoCosmos, publicado por Aldus en 1999, editado por Gabriel Bernal Granados, “están marcadas, para los efectos de la crítica literaria, por los libros que escribió. El orden en el que los escribió señala el término del que parten y el destino al que se dirigen, pero no siempre compone una imagen cabal de ese universo hecho de escritura, algunas veces circunstancial y otras totalmente gratuita, como si el orden en que aparecen fuera una obligación histórica o bibliográfica. Dos teorías se oponen en esa coyuntura particular, teorías que solamente la circunstancia poética logra aunar. Por una parte está Lenòtre o la jardinería geométrica de Versalles y por la otra está el estilo sharawadgi de la jardinería oriental que se funda en la belleza de lo irregular, como en los jardines de Stourhead. He estado indeciso entre las dos tendencias, aunque creo que al fin de cuentas la vida me ha hecho seguir una senda irregular”.

En el jardín de su casa en Coyoacán, en el que a veces reposaban un capote de toreo, una pelota y un bat de beisbol, ocurre el retrato de Salvador Elizondo que pintó Teresa Morán para El Colegio Nacional: está sentado en un equipal, con uno de los sacos de Tweed que acostumbraba, sonriendo con inteligencia cómplice, en su espacio natural.

De la tierra del jardín procedía asimismo el alimento de los dos ajolotes que habitaban el corredor , en los que puede hallarse el origen “Ambystoma Trigrinum”.

El lunes 19 pasado, Salvador Elizondo hubiera cumplido 90 años de edad.

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