No por azar, después de la muerte de Juan García Ponce, ocurrida en los últimos días de 2003, a manera de homenaje se ideó una exposición en el Palacio de Bellas Artes en la que se entrecruzaban páginas de su diario (entre otras aquella en la que empezaba a dictárselo a Michèle Alban porque no podía seguir escribiendo por una larga enfermedad a la que se sobrepuso con una voluntad admirable), cartas, fotografías, libros, cuadros de pintores que le interesaban, con los que mantuvo una amistad creativa, sobre los que escribió renuentemente textos reveladores.

Daniel Goldin ha advertido que, entre otras cosas, Juan García Ponce buscaba y propiciaba la complicidad: intentaba ser cómplice de los escritores que leía con fascinación, de los pintores que admiraba, en las publicaciones en las que colaboraba, con directores de teatro y cine, con sus editores, con sus amigos, con el lector.

La escritura de García Ponce podría cifrarse en el título de uno de sus libros: Cruce de caminos, en el que, según lo confesaba en la “introducción”, consideraba Cruce de caminos: lugar de encuentro. Dentro de su diversidad todos los ensayos tratan dos temas capitales: el sentido de la pintura y la literatura tal como las han practicado algunos de los creadores más significativos para mí. Y quizás este tema podría reducirse a uno solo: la relación del arte con la vida”.

Esos Cruces de caminos, esos Encuentros (título de otro de sus libros), esa búsqueda natural de complicidades, su curiosidad obsesiva que lo inducía a fascinaciones perdurables e inexorablemente a la creación y a la idea de creación y a no poder dejar de escribir acerca de la creación, lo convirtieron en un provocador lúcido con un sentido del humor incisivo y en un personaje festivo que convocaba a personas e invenciones varias, y lo han hecho propicio para recrearlo en una exposición.

En el Museo del Estanquillo desde 2006, se mantiene una exposición hasta el 24 de abril que rememora sugerentemente algunos de esos Cruces de caminos: Carlos Monsiváis y Juan García Ponce: Vasos comunicantes en el arte y la literatura.

Un lector leal de García Ponce, un habitante del centro, Ángel Aurelio González Amozorrutia, es lo que llaman “curador de la exposición”, en la que un retrato de Juan García Ponce pintado al óleo por Alberto Castro Leñero puede recordar la amistad admirativa de García Ponce y los hermanos Castro Leñero e Irma Palacios, y remite a fotografías familiares. Una fotografía de García Ponce, Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco en la redacción de la Revista de la Universidad en la década de 1960 puede conducir a Doce y trece de García Ponce, la obra de teatro impresa entonces en esa revista y al anuncio de esa obra dirigida por Juan José Gurrola en la Casa del Lago, fotografías de la inauguración de la exposición Nueve pintores mexicanos inducen al volumen escrito por García Ponce, a la evocación de un tiempo en el que se publicaba la revista S.Nob, a los cuadros de pintores de la llamada Generación de la Ruptura, a la fotografía del equipo de futbol conocido como Pincel y fibra. Las dedicatorias manuscritas en ejemplares de diversos libros de distintos escritores a García Ponce y Monsiváis preservan momentos que incitan a imaginar esos tiempos que no han dejado de parecer dominados por el pathos festivo y la provocación creativa.

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