La fatalidad puede parecer una conjunción de azares que se suceden inexorablemente marcando un destino trágico del que resulta inútil intentar huir y que no pocas veces se urde subrepticiamente hasta manifestarse como una condena.
En los “agradecimientos” de El hacha de Wandsbek, Arnold Zweig confiesa que “esta novela enfrentó algunas fatalidades antes de poder llegar a los lectores”. En los años 40 del siglo pasado vivía exiliado en el Monte Carmelo, en el puerto de Haifa y “todas las dificultades derivadas de la guerra y de la mala salud del autor se habían aliado en contra de la producción de un manuscrito legible”. Había sufrido una severa conmoción cerebral y una ceguera creciente que lo obligaron a dictarle la novela a diversas mecanógrafas.
Entre los orígenes de El hacha de Wandsbek, de Arnold Zweig, se halla una noticia propagada por el periódico del exilio alemán en Praga, Deutsche Volkszeitung, el domingo 18 de abril de 1937 con un encabezado incitante: “Suicidio de un verdugo” y lo que se conoce como Altanaer Blutsonntag, el domingo sangriento de Altona. Altona es lo que se llama un “suburbio” de Hamburgo, que era conocido en los años 30 del siglo pasado como “Klein-Moskau”, “Pequeña Moscú”, porque allí predominaban socialdemócratas y comunistas. El domingo 17 de julio de 1932, más de 7 mil miembros de la SA nacionalsocialista, que había dejado de estar prohibida por el gobierno del canciller von Papen, marcharon hacia el centro de Altona. Hubo enfrentamientos que devinieron balacera. Murieron dos miembros de la SA: Heinrich Koch y Peter Büddig. Las balas de la policía también mataron a 16 habitantes de Altona. 90 personas fueron arrestadas.
Después de la toma de poder de los nazis, se perpetró un proceso judicial con investigaciones parciales, pruebas, informes periciales y declaraciones de testigos falseados que condenó a muerte a cuatro de los acusados: los comunistas Bruno Tesch, Walter Möller, Karl Wolf y August Lütgens.
Como la de La disputa por el sargento Grischa, la novela de Arnold Zweig que procede de la Primera Guerra Mundial, que fue publicada por entregas como Feulleton y luego en sucesivas ediciones en 17 idiomas, la trama de El hacha de Wandsbek está marcada por la fatalidad. Un hecho nimio como la escritura de una carta para pedirle un favor a un antiguo compañero de armas se conjunta azarosamente con otros hechos nimios que van conformando de manera subrepticia un destino inexorable como el que se impuso en Alemania bajo el terror nazi.
Se trata de una historia de personajes comunes, de procedencias, afanes, anhelos, propósitos, costumbres, ideas, conocimientos, impresiones, discernimientos muy diversos como pueden ser los de un carnicero y su esposa, aristócratas en desgracia, nuevos ricos en ascenso al amparo del poder, acomodaticios, una prostituta, altruistas, un librero, un tipógrafo y dos obreros condenados a muerte, antiguos militares, nazis oportunistas que se entrecruzan con naturalidad y convergen en un destino común.
Son personajes simples que, sin embargo, van demostrando una complicidad y una ambigüedad esencial como las que predominaban en los años en los que transcurre la novela: 1937-1938, cuando el nacionalsocialismo y la podredumbre política todavía no se manifestaban con todo su terror y su atrocidad implacable. Ya que se conoce la historia, puede inferirse que el mal que pretendían imponer podía advertirse desde antes de su ascenso o desde el incendio del Reichstag. Pero en los años de la novela, el nazismo se iba intrincando subrepticiamente, dominando a los individuos sin que lo reconocieran, impregnando el devenir cotidiano, en las que las víctimas se convierten asimismo en victimarios, aunque algunos dudaban de que los nazis pudieran perpetrar lo que no pocos sospechaban que se proponían.
Una novela, una conjetura imaginaria, puede revelar trazas diarias de la historia que los historiadores suelen referir escuetamente con rigor documental. El hacha de Wandsbek, de Arnold Zweig, representa algunas de las formas en las que el poder puede determinar al individuo común.
A pesar de su complejidad, la novela está escrita coloquialmente, en un idioma simple como sus personajes, sin prescindir del dialecto de Hamburgo, el missingsch, con un sentido del humor que vuelve todavía más inquietante la historia. En la traducción de El hacha de Wandsbek que acaba de editar Herder, Claudia Cabrera ha logrado más que acertadamente convertir en español ese idioma coloquial, una de las cosas más difíciles para un traductor.